La Historia y la Literatura son artes que domicilian frases augustas. En Ideología de la barbarie, Ernesto Sábato recuerda que alguna vez Goering acuñó con célebre y terrible concisión "Cuando oigo la palabra cultura, saco el revólver". La cita, empero, es disputada también por Goebbels y Seyss-Inquart. Despojada de su atroz vileza, la sentencia es espléndida. He leído que en verdad la frase es oriunda de una pieza de Hans Josht, bajo una variante decididamente inferior: "Cuando oigo la palabra cultura, le quito el seguro a mi Browning".
Poco importa que Sábato haya optado por uno de sus atribuidos fundadores. El nazismo se nutrió de una pacotilla homogénea cuyo aliciente magno fue la codicia impune. Para ello defendieron la ignorancia, la censura y la persecución. El tiempo desfigurará las irrelevantes diferencias que en vida pudieron emitir los espíritus de Goebbels, Goering, Heydrich, Franck o Hitler.
Como buen correlato sudamericano, cuando le enrostraron que en lugar de un cuerpo una fosa contenía dos, Pinochet soltó: "¡Pero qué economía".
Dicha reacción no es indigna de Toribio Medina, Mendoza, Leigh, Matthei, Labbé o Novoa.
Los siglos podrán atribuirlas sin consecuencias a cualquiera de estas fuentes visibles.
La augusta mediocridad de los candidatos promueve la duda de la asignación.
sexta-feira, 16 de janeiro de 2009
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