segunda-feira, 30 de junho de 2008

El autodidacta

Bernard Shaw concluyó que la educación regular había interrumpido su formación. Aludía, obviamente, a los dilatados y rabiosos años que un individuo puede historiar en escuelas y universidades. Newton se nutrió de un exiguo material esencial para urdir su sistema posterior. Da Vinci se educó mediante la espléndida curiosidad. Wallace discurrió los fundamentos de su teoría en el indómito trasiego del Amazonas. Einstein no fue un alumno ilustre en sus años inaugurales. Borges se tituló de bachiller y nada más.
Enseñarse a sí mismo presume una pasión que puede ausentarse en la disciplina del método institucional. El autodidacta no puede albergar saberes ni afinar talentos sin devotarse íntima y pacientemente al objeto de su indagación. La escuela puede premunir la ilusión de que algo gusta, pero no garantiza su convicción. Suministra, y esto es lo que muchos buscan, un documento, una revelación escrita que atestigua lo que el autodidacta no puede publicar. La sociedad demanda ese código. La sociedad demanda la aquiescencia de una rúbrica estampada.
El mérito del autodidacta es un mérito proscrito.

quinta-feira, 19 de junho de 2008

Cecilia

Sortijas y miel. Cecilia. Ha rodeado otra vez al sol y ha inaugurado el agua clara que usa para jugar. El viento, una mariposa, una tarde de césped la demoran y ella cree que el mundo es suyo, que son suyas las horas porque acaba de nacer a cada día. Ella ve la paz de la mesa y anima una palabra que a lo lejos suena con un par de ojos robados a la noche. Todo cuanto mira renace. Su voz está repleta de campanas. Mi mano se pierde en su piel acanelada, en su gesto ansioso que hace nuevo lo que ya no es nuevo.
Yo no entiendo este mundo sin ti, Cecilia.

Antonio Salieri y Anna Holtz

La Ficción y la Historia abrazan espacios contrarios. Eso es al menos lo que gustamos de pregonar. Pero hay evidencias que tornan este axioma en un simple acto de fe. Pongo por caso la imagen que hemos heredado de Antonio Salieri desde que se divulgó en 1985 la película "Amadeus". En redundantes ocasiones oí comentarios que advertían de su aparato ficcional, que no histórico. Su núcleo era pues la relación asaz tormentosa entre un genio y un hombre mediano. Respetada esta salvedad, podríamos entonces recluir a Salieri y a Mozart en el ámbito de la pura ficción y no arrostrar la licitación histórica. Pero esto no converge en lo que asiente nuestro imaginario. Ahora no sospechamos, sino que creemos saber que Antonio Salieri fue un hombre rasgado por la envidia, el celo y la intriga. Peter Shaffer prodiga ocasiones para publicar la molicie creativa del compositor. Poco importa que la Historia nos confiese que Salieri entabló relaciones corteses con Mozart y que fue un músico de talento. Nuestra mitología ya lo ha asentado en un puesto que desmerecía.
Precedida por la poderosa férula de esta película, la directora Agniezka Holland urde una trama sobre Beethoven. Lo vemos en su intimidad, despojado del inevitable arreglo divino que le cabe. El lugar de Salieri lo usurpa aquí un personaje llamado Anna Holtz, que anhela ser música y que logra enseñar su trabajo al maestro aprovechando su privilegio de copista. Pero Beethoven, en vez de celebrar la Fuga de la joven, se mofa con extrema vulgaridad de su iniciativa. Aquí convergen los dos filmes.
Como Salieri, Anna Holtz increpa a un crucifijo e inquiere por qué se le ha concedido el deseo y se le ha negado el don. Holland podría haber insistido en la medianía de Holtz pues esta no es más que un ente de ficción. No habría intervenido en nuestra apreciación de la Historia, más aun porque luego sabemos que Holtz sí amoneda un talento que debe depurar.
(Ante la interrogante que he citado sobre dios, el ateo posee una parsimonia que el creyente no puede blandir. En un sistema que contempla al Cielo es arduo entender por qué se confiere el anhelo y se refuta el talento; en uno que prescinda de él, la contestación no admite arcanos).
Anna Holtz fue inventada, y hubo miseración con su fábula. El recuerdo que portamos de Salieri aguarda una conveniente fe de errata.

quarta-feira, 11 de junho de 2008

La sombra de Job

Cierto día, prestados al ocio eterno, Yaveh y Satanás discurrían sobre la rectitud de los hombres. Para jactarse, Yaveh permitió que el otro dios experimentase con la paciencia de Job, un siervo íntegro y manso, aplicado y devoto. Sin mediar motivo, sus hijos perecen aplastados en sus propias casas. Sin nueva explicación, pierde todo lo que es de su peculio. Pese a ser un hombre timorato, Job se permitió maldecir su propia vida. Si dios le concedió la vida, entonces Job maldijo una ofrenda celestial, lo cual es una blasfemia. Luego (Job 34:5) añadió: "Yo soy justo, pero Dios me quita mi derecho, mi juez se muestra cruel para conmigo, mi llaga es incurable, aunque no tengo culpa". Job admite la iniquidad de su dios. Por su parte, Yaveh razona que este es precisamente el mérito augusto de su siervo: sufrir, cuestionar, pero nunca renegar.
De Job emana algo que linda con la estolidez. Afirmo esto apoyado en la recompensa otorgada por Yaveh. Dice el final del libro que dios, para laurear el padecimiento de su súbdito, lo plagó de riquezas, proliferó su hacienda y le dio siete hijos y tres hijas para reponer a los que habían perecido. Para lucir más esta generosidad, sabemos que las tres jóvenes fueron las mujeres más bellas del país. Finalmente, la corona de Job fue una prolongada senectud.
En la placidez de esos días, ¿no recordó Job que sus hijos iniciales fueron muertos? ¿Yaveh supone que un hijo puede sanar la pérdida de otro?
Esta simple inquisición avala que Yaveh desconoce el sentido de la paternidad. Este mero hecho debería haber bastado para que Job se convenciera de la sevicia de su dios, y no de su bonhomía. Pero no lo hizo.
Job es una sombra que eclipsa el entendimiento de muchas gentes. He sabido de al menos dos gravísimos accidentes que han cercenado a familias completas. En ambos han perecido casi todos. Como Job, los sobrevivientes no han renegado, más aun: han agradecido la misericordia que los ha rescatado. ¿Por qué una deidad habría de ser magnánimo con unos y cruel con otros? La respuesta de rigor que suelo oír es que nadie conoce los designios del señor. Esto no es una respuesta, es una huida. Para un creyente, estos hechos ominosos son de ardua contestación. Para quien no lo es no hay misterio posible. Quienes sobreviven a un accidente deben agradecer al acaso, nada más.
Confío en que estas víctimas puedan recomponer sus vidas. Espero (quizá en vano) que no emulen lo que hizo Job.

domingo, 8 de junho de 2008

La píldora del día después

Era de esperarse. El Tribunal Constitucional de Chile ha prohibido la distribución pública de la píldora del día después. Poco importó que 15 mil personas expresaran su desdén al edicto.
Cómo iba a ausentarse de esta arena la Iglesia Católica, cómo dejaría de prohijar autoridad la derecha de mi país. Trato de ponerme en la mente de estas gentes. Ellos suponen que el papa es una autoridad venerable e infalible, cuyo amor por la vida es tan desmedido que aborrece que en ella exista calidad: habiendo vida poco importan el sufrimiento o la administración conciente del arbitrio.
"Es necesario decidir por la persona. Ella ignora que poseemos la razón. Poco interesa lo que piense, debemos protegerla porque así avistaremos la inacabable escalera del paraíso. Si pudiéramos, prohibiríamos ciertas películas, desterraríamos ciertos libros. Por eso clamamos por un caudillo para que todo lo sepa y todo lo impugne".
La derecha dice abogar por la vida. Sus partícipes son de lágrima fácil cuando se cita el aborto o la contracepción. No aceptan no defender a ultranza lo que entienden por vida. En su calidad mental unas cuantas células equidistan de un doliente real. El derechista ha gastado tanto este pío altruísmo que no le ha alcanzado para condolerse de sus compatriotas mutilados por la dictadura. A fin de cuentas, la hostia y la metralla no son incompatibles.
Veo el rostro de esta gente y adviene Benedicto XVI, un señor acayado que entiende que el alma humana procede y acaba en el versículo de un libro anónimo y errante.

sexta-feira, 6 de junho de 2008

De rerum natura

Lucrecio supuso, pues no podía comprobarlo, que el interior de la Tierra lo edificaban valles y pasadizos por donde se incrustaban vientos feroces que estremecían la superficie en forma de terremotos. Lucrecio nunca presintió un acoso, una agresión divina. Entendió muy bien que la Tierra tiembla por natura y no por el encono o el ocio de un dios litigante e incomprensible. A inicios del siglo XX, Alfred Wegener afirmó que la entraña terrestre se constituía de placas que al acomodarse emanan sismos, y que en algún momento de su inmensa historia, los continentes planetarios conocieron una unidad que llamó Pangea. Como Lucrecio, Wegener también se abstuvo de la argumentación teológica.
Sin embargo, es simplemente imposible que estas evidencias aparejen la sensatez de todas las gentes.
Sharon Stone es una conocida actriz que ciertamente debe tener acceso a libros. No obstante, ha preferido prescindir de la lucidez y ha declarado con holgura y sin pachorra que el cataclismo que torturó a China es una punición divina. Presumo que Stone es una cristiana devota. Presumo que sabe lo que dice. Presumo que si un musulmán hubiese declarado que la tragedia de New Orleans fue castigo celeste nadie se habría incomodado pues Alá carece de jurisdicción sobre ese territorio. Los chinos siguen a Buda, al Tao y a Confucio. El dios cristiano debe resonarles como un lejano miedo de Occidente. ¿Por qué este dios habría de obrar sobre un pueblo que no lo admite?
Stones oblitera esta obvia obviedad. Una venia a la actriz nos autorizaría a temer a los acechos que nos podría endilgar, por ejemplo, el panteón de los tirthankaras.
Los dioses son globales. A lo que todo indica, la estulticia también.