Lucrecio supuso, pues no podía comprobarlo, que el interior de la Tierra lo edificaban valles y pasadizos por donde se incrustaban vientos feroces que estremecían la superficie en forma de terremotos. Lucrecio nunca presintió un acoso, una agresión divina. Entendió muy bien que la Tierra tiembla por natura y no por el encono o el ocio de un dios litigante e incomprensible. A inicios del siglo XX, Alfred Wegener afirmó que la entraña terrestre se constituía de placas que al acomodarse emanan sismos, y que en algún momento de su inmensa historia, los continentes planetarios conocieron una unidad que llamó Pangea. Como Lucrecio, Wegener también se abstuvo de la argumentación teológica.
Sin embargo, es simplemente imposible que estas evidencias aparejen la sensatez de todas las gentes.
Sharon Stone es una conocida actriz que ciertamente debe tener acceso a libros. No obstante, ha preferido prescindir de la lucidez y ha declarado con holgura y sin pachorra que el cataclismo que torturó a China es una punición divina. Presumo que Stone es una cristiana devota. Presumo que sabe lo que dice. Presumo que si un musulmán hubiese declarado que la tragedia de New Orleans fue castigo celeste nadie se habría incomodado pues Alá carece de jurisdicción sobre ese territorio. Los chinos siguen a Buda, al Tao y a Confucio. El dios cristiano debe resonarles como un lejano miedo de Occidente. ¿Por qué este dios habría de obrar sobre un pueblo que no lo admite?
Stones oblitera esta obvia obviedad. Una venia a la actriz nos autorizaría a temer a los acechos que nos podría endilgar, por ejemplo, el panteón de los tirthankaras.
Los dioses son globales. A lo que todo indica, la estulticia también.
sexta-feira, 6 de junho de 2008
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