Cierto día, prestados al ocio eterno, Yaveh y Satanás discurrían sobre la rectitud de los hombres. Para jactarse, Yaveh permitió que el otro dios experimentase con la paciencia de Job, un siervo íntegro y manso, aplicado y devoto. Sin mediar motivo, sus hijos perecen aplastados en sus propias casas. Sin nueva explicación, pierde todo lo que es de su peculio. Pese a ser un hombre timorato, Job se permitió maldecir su propia vida. Si dios le concedió la vida, entonces Job maldijo una ofrenda celestial, lo cual es una blasfemia. Luego (Job 34:5) añadió: "Yo soy justo, pero Dios me quita mi derecho, mi juez se muestra cruel para conmigo, mi llaga es incurable, aunque no tengo culpa". Job admite la iniquidad de su dios. Por su parte, Yaveh razona que este es precisamente el mérito augusto de su siervo: sufrir, cuestionar, pero nunca renegar.
De Job emana algo que linda con la estolidez. Afirmo esto apoyado en la recompensa otorgada por Yaveh. Dice el final del libro que dios, para laurear el padecimiento de su súbdito, lo plagó de riquezas, proliferó su hacienda y le dio siete hijos y tres hijas para reponer a los que habían perecido. Para lucir más esta generosidad, sabemos que las tres jóvenes fueron las mujeres más bellas del país. Finalmente, la corona de Job fue una prolongada senectud.
En la placidez de esos días, ¿no recordó Job que sus hijos iniciales fueron muertos? ¿Yaveh supone que un hijo puede sanar la pérdida de otro?
Esta simple inquisición avala que Yaveh desconoce el sentido de la paternidad. Este mero hecho debería haber bastado para que Job se convenciera de la sevicia de su dios, y no de su bonhomía. Pero no lo hizo.
Job es una sombra que eclipsa el entendimiento de muchas gentes. He sabido de al menos dos gravísimos accidentes que han cercenado a familias completas. En ambos han perecido casi todos. Como Job, los sobrevivientes no han renegado, más aun: han agradecido la misericordia que los ha rescatado. ¿Por qué una deidad habría de ser magnánimo con unos y cruel con otros? La respuesta de rigor que suelo oír es que nadie conoce los designios del señor. Esto no es una respuesta, es una huida. Para un creyente, estos hechos ominosos son de ardua contestación. Para quien no lo es no hay misterio posible. Quienes sobreviven a un accidente deben agradecer al acaso, nada más.
Confío en que estas víctimas puedan recomponer sus vidas. Espero (quizá en vano) que no emulen lo que hizo Job.
quarta-feira, 11 de junho de 2008
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