Era de esperarse. El Tribunal Constitucional de Chile ha prohibido la distribución pública de la píldora del día después. Poco importó que 15 mil personas expresaran su desdén al edicto.
Cómo iba a ausentarse de esta arena la Iglesia Católica, cómo dejaría de prohijar autoridad la derecha de mi país. Trato de ponerme en la mente de estas gentes. Ellos suponen que el papa es una autoridad venerable e infalible, cuyo amor por la vida es tan desmedido que aborrece que en ella exista calidad: habiendo vida poco importan el sufrimiento o la administración conciente del arbitrio.
"Es necesario decidir por la persona. Ella ignora que poseemos la razón. Poco interesa lo que piense, debemos protegerla porque así avistaremos la inacabable escalera del paraíso. Si pudiéramos, prohibiríamos ciertas películas, desterraríamos ciertos libros. Por eso clamamos por un caudillo para que todo lo sepa y todo lo impugne".
La derecha dice abogar por la vida. Sus partícipes son de lágrima fácil cuando se cita el aborto o la contracepción. No aceptan no defender a ultranza lo que entienden por vida. En su calidad mental unas cuantas células equidistan de un doliente real. El derechista ha gastado tanto este pío altruísmo que no le ha alcanzado para condolerse de sus compatriotas mutilados por la dictadura. A fin de cuentas, la hostia y la metralla no son incompatibles.
Veo el rostro de esta gente y adviene Benedicto XVI, un señor acayado que entiende que el alma humana procede y acaba en el versículo de un libro anónimo y errante.
domingo, 8 de junho de 2008
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