sábado, 31 de maio de 2008

Dos cantautores complementarios

Aprendí a tocar la guitarra bajo la tutela de los cancioneros de Silvio Rodríguez. Su estilo, me lo ha informado un amigo especialista, creó una especie de escuela no declarada en mi generación. Siempre participé de su obra, pero me abstuve a tiempo de su afecto político, que hoy me parece deleznable. En los extramuros de la isla de Fidel Castro, Silvio Rodríguez es su vicario. Sus letras se han condolido siempre del martirio de los pueblos, de las explotaciones y han hecho apología de los santos del comunismo. Hasta aquí, su preceptiva no diverge de la incondicionalidad con que esa dictadura se aferra en algunas gentes. Mi trasiego es comprender cómo alguien que enarbola la miseración puede aprobar el uso de la bomba atómica. Recreo una entrevista leída hace algún tiempo. El periodista interrogó a Rodríguez sobre qué pasaría si EE.UU atacase algún país de la órbita de su simpatía con un misil atómico. Para él, no sería objetable que esa comunidad respondiera con iguales bombas. Al observarle que no estaban hablando de artefactos convencionales, sino de artilugios que podrían condenar al planeta, el cubano ultimó "si te dan una bofetada, ¿tú no la devuelves?". La condolencia social de Rodríguez no tiene por qué ser planetaria.
Paso al segundo cantautor. Alberto Plaza es uno de los artistas menos irrelevantes de mi país. Es un músico melodioso, de arreglos placenteros y letras azucaradas que no son inmejorables. Actualmente, creo, no hace más que trovarle al amor. Pero hubo un tiempo en que Plaza devotó mucha preocupación por la paz del mundo. Su primer disco se componía de canciones cuya tesitura principal era el diálogo y la justicia. Creo que ante la pregunta de aquel periodista Plaza no habría titubeado en negar el derecho de un contra ataque. Pero Alberto Plaza no ocupó verso alguno para denunciar las persecuciones, las torturas, la sevicia que los alguaciles de Pinochet perpetraban contra sus propios compatriotas. Su piedad no admitía tanta locuacidad. Ambos músicos pregonan la licencia de gobiernos dictatoriales. La afinidad de sus defensas no es exigua: muertes, prisiones, censura, tortura, exilio, infabilidad del caudillo... Es mutua la convicción de que es el otro el que se equivoca.La cuestión de fondo no me parece compleja. Una dictadura redunda en los mismos métodos, en los mismos recursos. Su base es la coerción y el poder vitalicio. Quienes siguen a Castro aprecian públicamente la libertad, la igualdad social y el respeto. (A mí se me ha negado la potestad de entender cómo tales virtudes pueden acaecer en un régimen así). Los que adhirieron y adhieren a Pinochet han tenido que amancebar galimatías, martingalas o practicar la mera desvergüenza para lisonjear el terrorismo de Estado.
Es curiosa la forma estudiada con que algunas gentes distribuyen su lágrima y conmiseración.
El discurso de miss universo de Alberto Plaza. El discurso de congreso de Silvio Rodríguez.
Dos cantautores que se complementan.

El placer de lo irracional

Cuando arribé a Brasil sabía que correría el riesgo de ser interrogado sobre mis filiaciones futbolísticas. Como estas inexisten, he tenido que acostumbrarme a la desilusión que provoco en ciertos interlocutores que no conciben cómo un ser humano puede abstenerse de ese tipo de pasión. Chile no difiere en extremo de este énfasis. Cierto día encontré a un amigo muy querido plenamente ataviado de azul e hincado frente a la efigie de un santo. Me explicaron que en ese momento invocaba la solidaridad divina para que a su equipo le fuera próspera la fortuna.Siempre me intrigó cómo una persona puede padecer o exultarse con el logro o la derrota de las habilidades ajenas. Alguien me argumentó que la pasión por el fútbol es inexplicable. Yo creo que esta aserción pretende conferirle al deporte un misterio del que carece.Es innegable que, bien jugado, el fútbol es capaz de alcanzar una belleza que no poseen otros ensayos colectivas. A la par, es una de las actividades humanas com mayor poder de congregación. Aquí radica la desdeñosa evaluación que provoca en algunos. Y no con poca razón. El poder de convocatoria indiscriminada le permite al hincha la impunidad del anonimato. Por breve período, el hincha puede ser lo que no es. Flaco es el favor que las barras arrebatadas por su delirio programado le imprimen al deporte que dicen ovacionar.Puede afirmarse sin dolo posible que el fútbol, la religión y la política son espacios lícitos y prescritos para que haya el placer de lo irracional.

quinta-feira, 29 de maio de 2008

La previsión de Adolf Hasse

Cierta vez compré un disco que traía un concierto para flauta de Federico II, el rey músico. Lo secundaban otros autores, todos confesadamente solicitados por mi ignorancia. Dos de ellos, Hasse y Quantz, me resultaron magníficos, inolvidables. A modo de indulto, diré que los especialistas que conozco tampoco saben de sus nombres. Con el tiempo he tratado premiosamente de corregir esta laguna. La búsqueda, el generoso azar, que muchos insisten en llamar dios, me regaló con una declaración del propio Hasse. Se dice que tras presenciar la ópera ASCANIO IN ALBA, de Mozart, el músico exclamó: Seremos todos relegados al olvido debido a este muchacho.
El tiempo fue solidario con su impresión. Hoy, Hasse y Quantz no son músicos poco conocidos por su talento sino por esa especie de sombra que suelen emitir los hombres extraordinarios sobre sus congéneres.
Hasse debió lamentar haber sido cotemporáneo de Mozart. No sé si Quantz participó de este sentimiento.
A mí me resta denunciar la franciscana y aun titubeante divulgación de su espléndido opus.

quarta-feira, 28 de maio de 2008

Un verso de Góngora

Creo que la poesía puede segmentarse en dos vastas líneas: la poesía de evocación y la de conceptos. Esta bifurcación no las torna incompatibles. Verlaine amonedó esas direcciones en esta espléndida frase: "la poesía es el desarrollo de una exclamación".
Góngora fue un poeta de conceptos fértiles. Quisiera hacer un breve comentario sobre esta meditación suya: 'El sueño: autor de representaciones en su teatro de viento armado, sombras suele vestir, de bulto bello'. Pues bien, de aquí se infiere que lo soñado ocurre en un teatro lábil, y Borges, colmado de poesía, interpreta que al soñar somos el autor, el escenario, la trama y los personajes.
Me atrevo a discrepar de esta aserción. Cuando soñamos no sentimos que representamos algo: sentimos que somos efectivamente ese insospechado algo. La eventualidad nos puede deparar la encarnación de personajes, de vuelos, de tiempos, pero en ningún momento sentimos (no digo pensamos) que aquello difiere de lo que somos o imaginamos ser. Creo que eso explica el poder aterrador que detenta una pesadilla. El sueño es el único momento en que nos es lícito e impune ser Hamlet, Medea, avistar el arribo de Almagro o transitar por las lúcidas calles de Reykjavik.

quinta-feira, 22 de maio de 2008

Dios es fiel

No es raro que esta pródiga frase me enfrente en calcomanías, parachoques de camiones o vitrinas. Entiendo que la fidelidad y el respeto al prójimo equidistan de la bondad. Del fiel no se espera una traición, un chisme, una ofensa a hurtadillas. El fiel es un individuo previsible. De esta constancia emana la confianza que provoca.
La zona de Chaitén fue flagelada por un volcán y una inundación. Entre sus habitantes debió haber gente devota y observante, gente que no dudaría del edicto que he citado. Pero la fidelidad divina no es previsible. Sin explicar el motivo, dios decidió que esa comunidad debía padecer. Para un cristiano es arduo entender esa extraña expresión de cariño. Para un no creyente la desgracia se remite a una convincente explicación geológica.
Albert Einstein refutaba la probabilidad de un dios personal. El generoso azar me confiere esta cita suya: "Para mí, la palabra 'dios' no es más que expresión y producto de las debilidades humanas. La Biblia es una colección de leyendas venerables, pero primitivas e infantiles".
Dios es fiel. Múltiples circunstancias, múltiples agravantes maculan esa virtud tan atribuida.
Las calcomanías, los parachoques, las vitrinas aguardan un expurgo.

segunda-feira, 19 de maio de 2008

La muerte de Julio César

Al rever el último episodio de la espléndida serie Roma advertí un detalle que merece comentario. Ya postrado por los puñales en el mármol del Senado, Julio César tuvo lucidez suficiente para un gesto de pudor. Puede verse que al ultimarlo el acero de Brutus, César repliega su toga para cubrirse el rostro. Esta atroz circunstancia posee una extraña variación en Suetonio, que dice: Pero cuando notó los puñales alzados sobre él, puñales de todas direcciones, se envolvió la cabeza en la toga. Al mismo tiempo, con la mano izquierda se bajó los pliegues hasta las piernas, para caer con más decencia, pues estaba desnudo por debajo.
En el fragor del magnicidio, ¿alguien habrá notado realmente ese gesto de César? ¿Qué piensa un hombre que se ve derrotado por una horda plural de asesinos? Es más: ¿Un hombre en una circunstancia así realmente piensa? Si la variante de Suetonio no es mera estética, cabe admitir que la historia es una alternativa diligente, aunque imperfecta, de la ficción. Y viceversa.

sábado, 17 de maio de 2008

Los realistas

Creo que aunque no siempre lo reconozca, el espectador de una pieza artística busca la fidelidad con la materia. No digo la realidad porque esta es escurridiza, torneable y alegórica. Es inevitable que admiremos la obediencia de una obra con su modelo externo. Al contemplarla exploramos detalles, filigrana de tejidos, espesura de guedejas, la luz que atraviesa una redoma.Este es uno de los motivos que prohija tanta veneración en pintores diametrales como Ingres o Bravo. Advino el expresionismo, advino la abstracción, advino el minimalismo, y el encanto realista ha seguido indemne.Algo especular le ocurrió a la literatura. Por citar a los irlandeses, qué diferente es la fruición de que son capaces los textos de Wilde, Swift, Lawrence y Joyce. Esta distancia no es circunstancial y deviene en buena parte de lo que acabo de comentar.

La locura de Don Quijote

Ya es un lugar común hablar de Don Quijote y su locura. Nadie ignora que la demencia fue el artificio inaugural para que Cervantes compusiera su trama. El narrador estaba en su derecho para declarar que alguien puede enloquecer de tanto leer. Si Cervantes sabía que esto no es posible, entonces Cervantes acometió una espléndida ironía; si no lo sabía, Cervantes cometió un error en su examen. Ya que nadie puede enfermar por la lectura, la insania consagrada a Don Quijote es anterior al diagnóstico cursado en la novela. Dicho de otro modo, Don Quijote ya delira cuando arriba a las novelas de caballería. Estas no fueron más que un gatillo, como podrían haberlo sido otras circunstancias materiales. Pero esta lógica enervaría completamente su ficción.
Sin embargo, la realidad suele reproducir a la fábula. Hay quienes juzgan que las armas engendran los asesinatos, que la ignorancia procede de la televisión, que los juguetes bélicos ocasionan las riñas infantiles, que la virtud humana se origina en dios.
A cada día se escribe de manera ocasional y trillada el artificio perpetuo que tuvo que emplear Cervantes.

quarta-feira, 14 de maio de 2008

La brutalidad

Cuando se habla de un crimen ominoso es invariable que se solicite el adjetivo 'brutal'. Nunca he leído a Paulo Coelho, pero he visitado algunas críticas. Recuerdo que una de ella aludía a que su inope estilo no lograba emanciparse de reincidencias como 'crimen brutal'. La etimología popular ha prescrito que el adjetivo procede de Marcus Junius Brutus, uno de los asesinos de Julio César. La voz, en realidad, es muy anterior, pues arriba al latín 'brutus', 'tonto, irracional' por legado del indoeuropeo gwru-to, que significa 'pesado'.
Es probable que esta genealogía haya atenazado a la familia Brutus. Marco Junio Bruto no pudo sospechar que su crimen inauguraba una etimología alternativa y que ensombrecía para siempre un origen. Shakespeare entendió que Brutus asesinaba por el bien de Roma, y no por oportunismo o envidia. Brutus no actuó por impulso. Debió gastar muchas horas para cerciorarse de que su opción derivaba del convencimiento.
La posteridad acabó proscribiendo su nombre. La misma suerte secundó a los de Caín, Judas, Nerón, Adolf... Nadie arriesga un bautismo con esos nómines.
No será así con Isabella, que ciertamente perpetuará su inocencia, su belleza, su vida tan reciente bajo el nombre de una nueva niña.

sábado, 3 de maio de 2008

El lector de "El Código da Vinci"

Llegué a 'El Código da Vinci' antecedido por la omnipotente publicidad que se encargó de transformarlo en un best-seller mundial. Lo leí sin desagrado. El libro fue premeditado para gustar: capítulos cortos, suspenso continuo, ficción visual, enredo controverso. En más de un momento, lo confieso, me sorprendí con algún comentario, pero nada más. Este libro conoció, creo como ningún otro, una nutrida cohorte de textos que pretendían dilucidarlo. Al tiempo, surgieron DVDs, documentales, simposios, charlas, conferencias, y una esperada película que aún no he visto. Ese frenesí, como todo el frenesí programado en una sociedad de consumo, ha mermado, y creo que mermará hasta su total extinción. El libro de Brown es un libro olvidable. Gusta de polemizar, de zaherir. El libro de Kazantzakis no conoció la misma repercusión. Sé que son pocos los que han explorado sus páginas (de la controversia se encargó una película que el decoro de las autoridades chilenas se opuso por quince años a exhibir).
Mucha gente discutió sobre María Magdalena, Jesús, el Opus Dei, el Vaticano, Da Vinci, los Templarios, y llegaron a creer que Brown había urdido un documento. Olvidaron que Brown no pasa de un autor forjado para vender, y que todo escritor tiene la prebenda de escribir sobre lo que se le antoje.
Don Quijote supuso, o quiso suponer, que las hazañas de sus amados libros eran justas y verdaderas. Quien le atribuye a 'El Código da Vinci' una potestad superior al de la mera ficción entabla irremediablemente una lectura aquijotada.

sexta-feira, 2 de maio de 2008

La inteligencia militar

"La inteligencia militar es una contradicción de términos", pronunció una vez Groucho Marx. Talvez por carecer de ella, los militares han optado por la sonoridad y han bautizado uno de sus departamentos de 'inteligencia'. Permítanme citar tres antónimos de esta circunstancia. El 27 de julio de 1956 la impericia del piloto estrelló un B-47 contra un depósito en que dormían acechantes tres bombas nucleares. La deflagración podría haberlas activado, y con ellas habría desaparecido el este de Inglaterra.
En otro ejemplo, los Estados Unidos idearon un solícito meandro de códigos para evitar que los misiles nucleares obraran por el comando de un simple botón. Para que nadie pudiera olvidar el inaccesible lenguaje, prescribieron que el secreto contara con extenuantes ocho dígitos: 00000000. Esta dinastía de nulidades fue alterada en 1977 por un acceso menos descifrable. Para bosquejar la tercera circunstancia, traduciré la nota que encontré en la revista 'Mundo estranho' del mes de abril: "En 1961, un bombardero B-52 sobrevolaba Carolina del Norte cuando constató una avería. Como consecuencia, se incendió, explotó y soltó dos bombas nucleares que no detonaron porque no estaban armadas. Una de ellas cayó sobre un campo, mientras la otra fue a parar a 45 m en un pantano del que nunca se pudo recuperar. En 1968, otro B-52 portaba cuatro artefactos atómicos y cayó en Groenlandia. Se hallaron tres bombas. La cuarta continúa perdida". A estas hazañas marciales hay que añadir el total de las guerras, el imperativo de la obediencia incontestable, la censura, la tortura, los golpes de estado, como el que trucidó a mi país.
Agregaré una muestra más de la cartografía cerebral de los militares. Ya instalado Pinochet, uno de sus esbirros prohibió la divulgación de El violinista en el tejado, una obra asaz peligrosa porque se ambienta en Rusia.
Los militares son tipos isósceles, que ejercen con extraño orgullo un inmejorable desdén a la razón. Hay un libro llamado "La Inteligencia Militar". He olvidado la fecha de su publicación y el nombre de su autor, pero no he olvidado que la integridad de sus páginas están en blanco.

quinta-feira, 1 de maio de 2008

Los opinólogos chilenos

Por su morfología, entendería que 'opinólogo' es un individuo versado en el estudio y análisis de las opiniones. A simple vista yo no supondría que se trata de alguien atareado en los meandros de la vida ajena y en su divulgación. Antes, habría comprendido que es alguien afinado a la filología, pero no a alguien esmerado en tornar el chisme en género.
No habría concebido a alguien que propaga con indulgencia la privacidad de los otros, y que inventa deleitosamente polémicas sin ninguna trascendencia.
En algún momento, alguno de ellos quiso honrar a su pléyade articulando un neologismo sonoro. Yo ficciono que el nuevo nómine debió itinerar por vocablos como: opinadores, opinantes, opinaderos, opinófilos...hasta que ese alguien desembocó en 'opinólogo'. El resultado fue espantoso, y talvez algún día se domicilie en el diccionario.
Yo no he fatigado tiempo ni esfuerzos morfológicos para describirlos con mi impecable chileno:
copuchentos a sueldo.

Los descendientes de Hitler

He conocido algunas fantasías que ficcionan sobre los probables hijos de Adolf Hitler. Menos expuestos a la fábula son los distantes parientes que prudentemente alteraron el estigma del apellido y que ahora habitan en EE.UU. La revista Mundo Estranho de este mes informa la composición de esta nada envidiable filiación. Alois Hitler tuvo ocho hijos con dos mujeres. De la primera nació el futuro Führer, de la segunda proviene Alois Hitler Junior, que generó a Heinz y William; este emigró de Alemania y se alistó en la marina estadounidense. Tras el conflicto, William Patrick Hitler pasó a llamarse William Patrick Stuart-Houston. De él provienen Alexander Stuart-Houston, Louis Stuart-Houston, Howard Stuart-Houston (muerto en 1989) y Brian Stuart-Houston. Los hermanos, ciertamente abrumados por su origen, prometieron no dejar descendencia. Con ellos expira el linaje sanguíneo de Adolf Hitler. Son otros los remanentes que se perpetúan: Treblinka, Auschwitz-Birkenau, Lídice, Varsovia, Sachsenhausen, Ilse Koch, Joseph Goebbels, la culpa inmerecida de los jóvenes alemanes, su vergüenza vitalicia.