sábado, 31 de maio de 2008

El placer de lo irracional

Cuando arribé a Brasil sabía que correría el riesgo de ser interrogado sobre mis filiaciones futbolísticas. Como estas inexisten, he tenido que acostumbrarme a la desilusión que provoco en ciertos interlocutores que no conciben cómo un ser humano puede abstenerse de ese tipo de pasión. Chile no difiere en extremo de este énfasis. Cierto día encontré a un amigo muy querido plenamente ataviado de azul e hincado frente a la efigie de un santo. Me explicaron que en ese momento invocaba la solidaridad divina para que a su equipo le fuera próspera la fortuna.Siempre me intrigó cómo una persona puede padecer o exultarse con el logro o la derrota de las habilidades ajenas. Alguien me argumentó que la pasión por el fútbol es inexplicable. Yo creo que esta aserción pretende conferirle al deporte un misterio del que carece.Es innegable que, bien jugado, el fútbol es capaz de alcanzar una belleza que no poseen otros ensayos colectivas. A la par, es una de las actividades humanas com mayor poder de congregación. Aquí radica la desdeñosa evaluación que provoca en algunos. Y no con poca razón. El poder de convocatoria indiscriminada le permite al hincha la impunidad del anonimato. Por breve período, el hincha puede ser lo que no es. Flaco es el favor que las barras arrebatadas por su delirio programado le imprimen al deporte que dicen ovacionar.Puede afirmarse sin dolo posible que el fútbol, la religión y la política son espacios lícitos y prescritos para que haya el placer de lo irracional.

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