Cuando se habla de un crimen ominoso es invariable que se solicite el adjetivo 'brutal'. Nunca he leído a Paulo Coelho, pero he visitado algunas críticas. Recuerdo que una de ella aludía a que su inope estilo no lograba emanciparse de reincidencias como 'crimen brutal'. La etimología popular ha prescrito que el adjetivo procede de Marcus Junius Brutus, uno de los asesinos de Julio César. La voz, en realidad, es muy anterior, pues arriba al latín 'brutus', 'tonto, irracional' por legado del indoeuropeo gwru-to, que significa 'pesado'.
Es probable que esta genealogía haya atenazado a la familia Brutus. Marco Junio Bruto no pudo sospechar que su crimen inauguraba una etimología alternativa y que ensombrecía para siempre un origen. Shakespeare entendió que Brutus asesinaba por el bien de Roma, y no por oportunismo o envidia. Brutus no actuó por impulso. Debió gastar muchas horas para cerciorarse de que su opción derivaba del convencimiento.
La posteridad acabó proscribiendo su nombre. La misma suerte secundó a los de Caín, Judas, Nerón, Adolf... Nadie arriesga un bautismo con esos nómines.
No será así con Isabella, que ciertamente perpetuará su inocencia, su belleza, su vida tan reciente bajo el nombre de una nueva niña.
quarta-feira, 14 de maio de 2008
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