segunda-feira, 30 de junho de 2008

El autodidacta

Bernard Shaw concluyó que la educación regular había interrumpido su formación. Aludía, obviamente, a los dilatados y rabiosos años que un individuo puede historiar en escuelas y universidades. Newton se nutrió de un exiguo material esencial para urdir su sistema posterior. Da Vinci se educó mediante la espléndida curiosidad. Wallace discurrió los fundamentos de su teoría en el indómito trasiego del Amazonas. Einstein no fue un alumno ilustre en sus años inaugurales. Borges se tituló de bachiller y nada más.
Enseñarse a sí mismo presume una pasión que puede ausentarse en la disciplina del método institucional. El autodidacta no puede albergar saberes ni afinar talentos sin devotarse íntima y pacientemente al objeto de su indagación. La escuela puede premunir la ilusión de que algo gusta, pero no garantiza su convicción. Suministra, y esto es lo que muchos buscan, un documento, una revelación escrita que atestigua lo que el autodidacta no puede publicar. La sociedad demanda ese código. La sociedad demanda la aquiescencia de una rúbrica estampada.
El mérito del autodidacta es un mérito proscrito.

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