Son de bajo costo, de fácil montaje, son vistos, comentados y carecen de exigencia mental, libretos, guiones o inventiva. Hace unos años era incomún encontrar programas que se acodaran únicamente sobre la vida ajena. Su intrascendencia capital ha buscado compensación en extraños neologismos como opinólogo y en la redundancia ubicua de farándula. Estos encuentros se edifican siempre de la misma forma: un grupo de personas (algunos son periodistas) auscultan hasta la indiscreción en los devenires vecinos, especialmente en los que connotan relaciones amorosas; gustan de exacerbar lo que ellos han signado como escándalo, que no es otra cosa que una sinécdoque de la irrelevancia: lo que el otro dijo, lo que el otro desmintió, lo que gasta fulano en un fin de semana, la cirugía con que fulana se quiere recomponer... He visto un fragmento en que unos especialistas discurrían con imagen a la vista si él la había querido besar o no. Entre otros silogismos declaraban que, según mostraba el ángulo, él iba primero a ocuparse del moflete derecho pero que luego se decidió por el beso comprometedor. El debate ocupó un tiempo nada exiguo.
Estos programas evitan con visible logro la enunciación de cosas inteligentes. Los he seguido con curiosidad y he constatado que es imposible exhumar de ellos algo que instigue, simplemente imposible. Todo es notorio, desvelado, esperable. Pero estas monotonías pueden también contribuir al almanaque cerebral de los chilenos. Pienso en un espectador atareado con la vida ajena, pero harto de la desgreñada discusión que comercian estas experiencias. Este audiente podría apagar el televisor e interrogar, de inicio, las "Vidas paralelas" o "La vida de los doce césares". Es probable que entonces este inusitado visitante no reincida en los viejos hábitos.
Truman Capote no eludía el coloquio inmiscuidor. Pienso cuán distintas serían las persistentes diatribas de la farándula si las presidiera gente como él.
segunda-feira, 21 de julho de 2008
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