sexta-feira, 12 de dezembro de 2008

Fray Luis de León y Villegas

En un mito que nadie ignora, Adán es ofrendado con la compañía de Eva, la primera mujer. Adán estaba solo, quizá abatido por el ancho mundo sin eventos que dios le había deparado. El Paraíso era un sitio incólume pero imperfecto. Eva lo eximió para siempre de esa aterradora paz. Tengo para mí que los castigados lamentaron no la salida de un lugar de mañanas, tardes y noches simétricas, sino la decepción provocada al padre.
La Comedia de Dante es una lectura de asombro decreciente. Mientras el Infierno es una geografía preparada para el desconcierto, el Purgatorio ablanda las condenas pero deja persistir la sorpresa. Creo que el tedio del libro se instaura en el Paraíso, que es una república poblada de círculos, himnos y luces y virtudes.
La paz y la bondad absolutas no atraen la atención humana, pero se propende a desearlas. Fray Luis de León declaró: "Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido". Berceo celebró el sosiego de los vergeles bucólicos. Estas defensas, de tan fácil realización en época de los poetas, ha prevalecido con un guiño de utopía. Lo constato en el texto de un sociólogo chileno, Fernando Villegas. Su libro "El Chile que no queremos" es un lato desahogo que a medio camino se enerva. Es visible que Villegas no sabía cómo completar su composición y se atuvo a la mera ferocidad. Tanto fue su denuedo que a cierta altura inquirió: " ¿A dónde ir?".
Parece axioma postular el abandono de Santiago. Presumo que Villegas integra esa caterva, pues cita (presiento que con envidia) a personas que se han mudado al campo. Hay algo incómodo en este juicio. La hagiografía de los extramuros no condice con gente asociada al libro, al concierto, a la charla, al café o al vino. Santiago no es la ciudad sucia y descuidada que él traza. Es una experiencia mucho más civilizada de lo que hemos insistido en suponer.
El arroyo, los ciruelos, el cielo limpio son manifestaciones respetables, pero previsibles. Tornarlos un ideal puede no ser más que una escondida ponderación de la monotonía.

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