Estoy (no logro decir vivo) en una ciudad en que proliferan programas auspiciados por tribus evangélicas. Al presenciarlos, es fácil notar que redundan en el alarde de esta aserción: Jesús es la solución de todos los problemas. El fiel usa esta suposición y la transforma en verdad balsámica. Si algo sale bien en su vida, es obra de Jesús; si algo no sale bien en su vida, Jesús sabe por qué. Este laberinto conceptual es idéntico al que consagra el mérito de las machis en la cultura mapuche. El cuerpo sana por intercesión de la curandera; cuando enferma, se debe a la renuencia de las potestades.
Estas convicciones comercian con accesibles silogismos: 1.- Dios es todopoderoso; estoy en desgracia; bienaventurada la desgracia porque Dios todo lo puede. 2.- Dios es justo; estoy sufriendo; soy feliz por sufrir porque Dios me compensará.
Una de las máximas publicidades de los evangélicos es la suposición de que la realidad prosaica es modificada por Dios. En una de las sesiones televisivas, los fieles hablaban, sin excepción mediante, de los dolores físicos superados por obra celestial. Cuando era el caso, los pastores repetían, no desprovistos de sorna, que las dolencias habían sido calificadas como graves por la medicina. Puede sentirse que el auditorio emite cierto desprecio por aquellos diagnósticos de mal agüero. La devoción los impele a concluir que poco importa lo que prodigue el médico, basta que el doliente venere a la potestad para que todo se resuelva. Deseosas de ser explícitas, estas sociedades son tácitas en promover una teocracia que se abstenga de la ciencia y se rija por la plegaria.
Kierkegaard escribió que la fe ocurre cuando acaba la razón. Yo me permitiría una tergiversación: la fe ocurre cuando fracasa la razón.
sábado, 4 de outubro de 2008
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