La Historia y la Literatura son artes que domicilian frases augustas. En Ideología de la barbarie, Ernesto Sábato recuerda que alguna vez Goering acuñó con célebre y terrible concisión "Cuando oigo la palabra cultura, saco el revólver". La cita, empero, es disputada también por Goebbels y Seyss-Inquart. Despojada de su atroz vileza, la sentencia es espléndida. He leído que en verdad la frase es oriunda de una pieza de Hans Josht, bajo una variante decididamente inferior: "Cuando oigo la palabra cultura, le quito el seguro a mi Browning".
Poco importa que Sábato haya optado por uno de sus atribuidos fundadores. El nazismo se nutrió de una pacotilla homogénea cuyo aliciente magno fue la codicia impune. Para ello defendieron la ignorancia, la censura y la persecución. El tiempo desfigurará las irrelevantes diferencias que en vida pudieron emitir los espíritus de Goebbels, Goering, Heydrich, Franck o Hitler.
Como buen correlato sudamericano, cuando le enrostraron que en lugar de un cuerpo una fosa contenía dos, Pinochet soltó: "¡Pero qué economía".
Dicha reacción no es indigna de Toribio Medina, Mendoza, Leigh, Matthei, Labbé o Novoa.
Los siglos podrán atribuirlas sin consecuencias a cualquiera de estas fuentes visibles.
La augusta mediocridad de los candidatos promueve la duda de la asignación.
sexta-feira, 16 de janeiro de 2009
sexta-feira, 12 de dezembro de 2008
Fray Luis de León y Villegas
En un mito que nadie ignora, Adán es ofrendado con la compañía de Eva, la primera mujer. Adán estaba solo, quizá abatido por el ancho mundo sin eventos que dios le había deparado. El Paraíso era un sitio incólume pero imperfecto. Eva lo eximió para siempre de esa aterradora paz. Tengo para mí que los castigados lamentaron no la salida de un lugar de mañanas, tardes y noches simétricas, sino la decepción provocada al padre.
La Comedia de Dante es una lectura de asombro decreciente. Mientras el Infierno es una geografía preparada para el desconcierto, el Purgatorio ablanda las condenas pero deja persistir la sorpresa. Creo que el tedio del libro se instaura en el Paraíso, que es una república poblada de círculos, himnos y luces y virtudes.
La paz y la bondad absolutas no atraen la atención humana, pero se propende a desearlas. Fray Luis de León declaró: "Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido". Berceo celebró el sosiego de los vergeles bucólicos. Estas defensas, de tan fácil realización en época de los poetas, ha prevalecido con un guiño de utopía. Lo constato en el texto de un sociólogo chileno, Fernando Villegas. Su libro "El Chile que no queremos" es un lato desahogo que a medio camino se enerva. Es visible que Villegas no sabía cómo completar su composición y se atuvo a la mera ferocidad. Tanto fue su denuedo que a cierta altura inquirió: " ¿A dónde ir?".
Parece axioma postular el abandono de Santiago. Presumo que Villegas integra esa caterva, pues cita (presiento que con envidia) a personas que se han mudado al campo. Hay algo incómodo en este juicio. La hagiografía de los extramuros no condice con gente asociada al libro, al concierto, a la charla, al café o al vino. Santiago no es la ciudad sucia y descuidada que él traza. Es una experiencia mucho más civilizada de lo que hemos insistido en suponer.
El arroyo, los ciruelos, el cielo limpio son manifestaciones respetables, pero previsibles. Tornarlos un ideal puede no ser más que una escondida ponderación de la monotonía.
La Comedia de Dante es una lectura de asombro decreciente. Mientras el Infierno es una geografía preparada para el desconcierto, el Purgatorio ablanda las condenas pero deja persistir la sorpresa. Creo que el tedio del libro se instaura en el Paraíso, que es una república poblada de círculos, himnos y luces y virtudes.
La paz y la bondad absolutas no atraen la atención humana, pero se propende a desearlas. Fray Luis de León declaró: "Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido". Berceo celebró el sosiego de los vergeles bucólicos. Estas defensas, de tan fácil realización en época de los poetas, ha prevalecido con un guiño de utopía. Lo constato en el texto de un sociólogo chileno, Fernando Villegas. Su libro "El Chile que no queremos" es un lato desahogo que a medio camino se enerva. Es visible que Villegas no sabía cómo completar su composición y se atuvo a la mera ferocidad. Tanto fue su denuedo que a cierta altura inquirió: " ¿A dónde ir?".
Parece axioma postular el abandono de Santiago. Presumo que Villegas integra esa caterva, pues cita (presiento que con envidia) a personas que se han mudado al campo. Hay algo incómodo en este juicio. La hagiografía de los extramuros no condice con gente asociada al libro, al concierto, a la charla, al café o al vino. Santiago no es la ciudad sucia y descuidada que él traza. Es una experiencia mucho más civilizada de lo que hemos insistido en suponer.
El arroyo, los ciruelos, el cielo limpio son manifestaciones respetables, pero previsibles. Tornarlos un ideal puede no ser más que una escondida ponderación de la monotonía.
terça-feira, 2 de dezembro de 2008
La bandera y el himno
Días atrás oí una ponderada defensa del himno patrio. Recordé que a esta explícita devoción se le acostumbra aparejar la figuración de la bandera. Si no me equivoco, esta es la magna simbología de lo que para muchos compendia el amor a la nación. Me permito una interrogante: ¿esta prescripción nació de civiles? Hasta donde logro suponer, no. Los militares no conciben el universo sin la pleitesía a fetiches previamente consagrados. La máxima afrenta (consta en el avieso catálogo del siglo XX) es la quema de una bandera.
En un instante presuroso, casi a punto de zozobrar, Arturo Prat Chacón arengó a sus hombres con una exclamación conferida que no se puede corroborar: "¡Muchachos!, la contienda es desigual. Nunca se ha arriado nuestra bandera al enemigo y espero no sea esta la ocasión de hacerlo. Mientras yo viva, esa bandera flameará en su lugar; si muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber". Previo al abordaje, previo a ser ultimado, el comandante invierte (o la Historia quiere que invierta) más de la mitad de la breve exhortación en remitirse a la bandera de Chile.
Poco más de un siglo después, Bonvallet, un futbolista retirado que se niega con logro eminente al ejercicio de la inteligencia, entrevistó al dictador. Tras él, hierática, una bandera; mientras la apuntaba, el futbolista entonó: ''todos saben del amor irracional que siento por mi patria''.
Bonvallet y otros ejemplares de la plutocracia chilena profesan ciertas veneraciones que son de ardua compatibilidad: por un lado declaran su aprecio al país; por otro se jactan de la tiranía. Tengo dificultades para entender cómo un patriota puede asentir, justificar y fomentar el exterminio de sus coterráneos.
Quevedo pensaba que la mejor manera para enriquecer a un hombre no era atiborrándolo de monedas, sino quitándole la codicia.
Enseñarle a un niño a contemplar la bandera mientras finge denuedo al cantar no es índice de patriotismo. Es un rito que se perpetúa por el temor a serle infiel a una tradición.
Las tradiciones pueden ser también una refinada y tediosa forma de no pensar.
En un instante presuroso, casi a punto de zozobrar, Arturo Prat Chacón arengó a sus hombres con una exclamación conferida que no se puede corroborar: "¡Muchachos!, la contienda es desigual. Nunca se ha arriado nuestra bandera al enemigo y espero no sea esta la ocasión de hacerlo. Mientras yo viva, esa bandera flameará en su lugar; si muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber". Previo al abordaje, previo a ser ultimado, el comandante invierte (o la Historia quiere que invierta) más de la mitad de la breve exhortación en remitirse a la bandera de Chile.
Poco más de un siglo después, Bonvallet, un futbolista retirado que se niega con logro eminente al ejercicio de la inteligencia, entrevistó al dictador. Tras él, hierática, una bandera; mientras la apuntaba, el futbolista entonó: ''todos saben del amor irracional que siento por mi patria''.
Bonvallet y otros ejemplares de la plutocracia chilena profesan ciertas veneraciones que son de ardua compatibilidad: por un lado declaran su aprecio al país; por otro se jactan de la tiranía. Tengo dificultades para entender cómo un patriota puede asentir, justificar y fomentar el exterminio de sus coterráneos.
Quevedo pensaba que la mejor manera para enriquecer a un hombre no era atiborrándolo de monedas, sino quitándole la codicia.
Enseñarle a un niño a contemplar la bandera mientras finge denuedo al cantar no es índice de patriotismo. Es un rito que se perpetúa por el temor a serle infiel a una tradición.
Las tradiciones pueden ser también una refinada y tediosa forma de no pensar.
segunda-feira, 10 de novembro de 2008
Una contradicción de Bécquer
Sin necesidad de reglar, la tradición ha estipulado que en la imprevisible hagiografía de la seducción se deben ofrendar tres cosas a una dama: flores, chocolate y poesía. Si al candidato se le ha negado el ingenio de los sustantivos, se espera que se auxilie de algún verso venerado. Todo Tristán aspira, a sabiendas o ignorándolo, a ser el Neruda de los 20 poemas o a ser el Bécquer de las Rimas. Bécquer es el compendio del poeta intimista, el poeta idóneo para dedicatorias y epígrafes. Es un poeta que traba amistades sin mediar esfuerzos. Prueba de ello es la manera como perdonamos y hasta justificamos sus evidentes distracciones. Nadie ignora que la pupila no puede ser azul, pero conviene que así sea. Hay una declaración de Bécquer que parece ser del gusto del nostálgico lector: No digáis que acabado su tesoro / de asuntos falta enmudeció la lira / podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía. Es la idea que defiende Gorostiza: la poesía tiene una existencia propia, exterior al hombre.
Nada más adecuado al ensueño que suponer que la belleza es eterna y ajena. Bécquer parecía adherir a esta convicción, pero, a propósito de un arpa, se permitió decir: Ay, pensé, cuántas veces el genio, / así duerme en el fondo del alma, y una voz como Lázaro espera/ que le diga "Lévántate y anda". Ahora la belleza, escondida en un instrumento, necesita del concurso humano.
Hay un verso de Neruda que invalida aquella primera aspiración: Y la muerte del pueblo fue como siempre / ha sido: / como si no muriera nadie, nada/ como si fueran piedras que caen sobre la tierra/ o agua sobre el agua. Neruda percibe belleza en dos hechos burdos. No sé si hasta entonces alguien había presentido poesía en la caída de una piedra. Lo cierto es que, una vez conocidos estos versos, la percepción del evento pasa a ser una percepción educada.
Berkeley entendió que los hechos de la realidad no existen desligados de la experiencia humana. A pesar de la contradicción delatada, los eventos de las Rimas quieren preexistir. Yo añadiría que no son los eventos los que amonedan la poesía y sí la mera posibilidad de que así sea. Cuando adviene la melancolía que permite asociar arbitrariamente los integrantes de la realidad, conviene que esta se suspenda. Nadie es un buen poeta sin ser irresponsable.
Nada más adecuado al ensueño que suponer que la belleza es eterna y ajena. Bécquer parecía adherir a esta convicción, pero, a propósito de un arpa, se permitió decir: Ay, pensé, cuántas veces el genio, / así duerme en el fondo del alma, y una voz como Lázaro espera/ que le diga "Lévántate y anda". Ahora la belleza, escondida en un instrumento, necesita del concurso humano.
Hay un verso de Neruda que invalida aquella primera aspiración: Y la muerte del pueblo fue como siempre / ha sido: / como si no muriera nadie, nada/ como si fueran piedras que caen sobre la tierra/ o agua sobre el agua. Neruda percibe belleza en dos hechos burdos. No sé si hasta entonces alguien había presentido poesía en la caída de una piedra. Lo cierto es que, una vez conocidos estos versos, la percepción del evento pasa a ser una percepción educada.
Berkeley entendió que los hechos de la realidad no existen desligados de la experiencia humana. A pesar de la contradicción delatada, los eventos de las Rimas quieren preexistir. Yo añadiría que no son los eventos los que amonedan la poesía y sí la mera posibilidad de que así sea. Cuando adviene la melancolía que permite asociar arbitrariamente los integrantes de la realidad, conviene que esta se suspenda. Nadie es un buen poeta sin ser irresponsable.
quinta-feira, 9 de outubro de 2008
Mônica
Como se espera el frescor de una tarde
como del día una luz se espera
así termina por dentro y por fuera
la llama oscura que nunca arde.
La soledad efímera que emites
al cruzar una puerta y recorrer
la calle de algún sitio que permites
antes cae y no puede crecer.
Naciste, aliviaste mi deseo
ansiado de poblar tanto vacío
de un teatro armado que ya no veo.
Algo hay en ti que insiste en ser mío
algo sin lluvia de lo cual yo creo
un río será, será como un río.
como del día una luz se espera
así termina por dentro y por fuera
la llama oscura que nunca arde.
La soledad efímera que emites
al cruzar una puerta y recorrer
la calle de algún sitio que permites
antes cae y no puede crecer.
Naciste, aliviaste mi deseo
ansiado de poblar tanto vacío
de un teatro armado que ya no veo.
Algo hay en ti que insiste en ser mío
algo sin lluvia de lo cual yo creo
un río será, será como un río.
sábado, 4 de outubro de 2008
La ignorancia mueve montañas
Estoy (no logro decir vivo) en una ciudad en que proliferan programas auspiciados por tribus evangélicas. Al presenciarlos, es fácil notar que redundan en el alarde de esta aserción: Jesús es la solución de todos los problemas. El fiel usa esta suposición y la transforma en verdad balsámica. Si algo sale bien en su vida, es obra de Jesús; si algo no sale bien en su vida, Jesús sabe por qué. Este laberinto conceptual es idéntico al que consagra el mérito de las machis en la cultura mapuche. El cuerpo sana por intercesión de la curandera; cuando enferma, se debe a la renuencia de las potestades.
Estas convicciones comercian con accesibles silogismos: 1.- Dios es todopoderoso; estoy en desgracia; bienaventurada la desgracia porque Dios todo lo puede. 2.- Dios es justo; estoy sufriendo; soy feliz por sufrir porque Dios me compensará.
Una de las máximas publicidades de los evangélicos es la suposición de que la realidad prosaica es modificada por Dios. En una de las sesiones televisivas, los fieles hablaban, sin excepción mediante, de los dolores físicos superados por obra celestial. Cuando era el caso, los pastores repetían, no desprovistos de sorna, que las dolencias habían sido calificadas como graves por la medicina. Puede sentirse que el auditorio emite cierto desprecio por aquellos diagnósticos de mal agüero. La devoción los impele a concluir que poco importa lo que prodigue el médico, basta que el doliente venere a la potestad para que todo se resuelva. Deseosas de ser explícitas, estas sociedades son tácitas en promover una teocracia que se abstenga de la ciencia y se rija por la plegaria.
Kierkegaard escribió que la fe ocurre cuando acaba la razón. Yo me permitiría una tergiversación: la fe ocurre cuando fracasa la razón.
Estas convicciones comercian con accesibles silogismos: 1.- Dios es todopoderoso; estoy en desgracia; bienaventurada la desgracia porque Dios todo lo puede. 2.- Dios es justo; estoy sufriendo; soy feliz por sufrir porque Dios me compensará.
Una de las máximas publicidades de los evangélicos es la suposición de que la realidad prosaica es modificada por Dios. En una de las sesiones televisivas, los fieles hablaban, sin excepción mediante, de los dolores físicos superados por obra celestial. Cuando era el caso, los pastores repetían, no desprovistos de sorna, que las dolencias habían sido calificadas como graves por la medicina. Puede sentirse que el auditorio emite cierto desprecio por aquellos diagnósticos de mal agüero. La devoción los impele a concluir que poco importa lo que prodigue el médico, basta que el doliente venere a la potestad para que todo se resuelva. Deseosas de ser explícitas, estas sociedades son tácitas en promover una teocracia que se abstenga de la ciencia y se rija por la plegaria.
Kierkegaard escribió que la fe ocurre cuando acaba la razón. Yo me permitiría una tergiversación: la fe ocurre cuando fracasa la razón.
sábado, 13 de setembro de 2008
La simpatía de un oficio
Escucho con algo de frecuencia que las palabras cambian. Esta declaración procede del mismo ámbito y del mismo archivo que legitimó la certeza de que el sol gravita a la tierra. Nada más que por rigor de términos, cabe remembrar que el lenguaje carece de ánima, y que son los usuarios los que deciden la permanencia o la defunción de los componentes de un idioma. En su alba, toda palabra es un neologismo. Mientras 'domus' ha prevalecido indemne, se ha olvidado que 'pomada' deviene de manzana, pues de antiguo los mejunjes cremosos se preparaban con esa acicalada fruta. Pero existe el caso híbrido de vocablos que han emigrado a otras área sin desobeceder a su fundación. Esta solidaridad puede parecer incompatible. Un buen ejemplo la refuta: el altruismo de la antigua Grecia llamó 'pedagogo' al esclavo que conducía a los niños a sus lugares de estudio. Luego advino un tránsito conocido: la palabra rotuló al esclavo que aleccionaba y luego se asentó en el profesional de la educación.
Cuando informaba que sería profesor de castellano, mis interlocutores oscilaban del dialógico desprecio ("¿Pedagogía?, ¿vas a ser profesor?") al eufemismo lastimero ("¿profesor?, qué simpático"). Cierto día, ya en ejercicio, un apoderado me confesó que su hijo pretendía ser profesor y me rogó que lo disuadiera. En otra ocasión, un alumno me recomendó que ante las chicas revelara que ejercía la ingeniería o las leyes. La pedagogía, empero, goza de un día consagrado, como los santos, y no es incomún que se invierta en poesías, loas, artículos y lágrimas para celebrar su relevancia.
En Chile, existe un circuito de oficios de prestigio inferencial: medicina, leyes, ingeniería, no sé si periodismo. Quienes los anhelan han optado por no recordar que las materias que las componen deberán ser oficiadas por un profesor, que fue educado por profesores, que fueron educados por profesores, que fueron edificados por profesores . En Chile medra el desdén a la cultura y a sus bases. Son los quisieran erguir una instalación comenzando por el tercer piso.
El profesor actual no ha sido infiel a la cuna léxica que rotula su ministerio.
Cuando informaba que sería profesor de castellano, mis interlocutores oscilaban del dialógico desprecio ("¿Pedagogía?, ¿vas a ser profesor?") al eufemismo lastimero ("¿profesor?, qué simpático"). Cierto día, ya en ejercicio, un apoderado me confesó que su hijo pretendía ser profesor y me rogó que lo disuadiera. En otra ocasión, un alumno me recomendó que ante las chicas revelara que ejercía la ingeniería o las leyes. La pedagogía, empero, goza de un día consagrado, como los santos, y no es incomún que se invierta en poesías, loas, artículos y lágrimas para celebrar su relevancia.
En Chile, existe un circuito de oficios de prestigio inferencial: medicina, leyes, ingeniería, no sé si periodismo. Quienes los anhelan han optado por no recordar que las materias que las componen deberán ser oficiadas por un profesor, que fue educado por profesores, que fueron educados por profesores, que fueron edificados por profesores . En Chile medra el desdén a la cultura y a sus bases. Son los quisieran erguir una instalación comenzando por el tercer piso.
El profesor actual no ha sido infiel a la cuna léxica que rotula su ministerio.
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