domingo, 20 de abril de 2008

Los libros no son piezas inmóviles

64 ediciones, más de un millón de ejemplares vendidos. Para Chile esos números son una proeza, y quien la cumplió fue el historiador Walterio Millar. Recuerdo que de niño me demoraba horrorizado en la página 91 de su Historia de Chile, que reproducía el espantoso suplicio de Galvarino. La imagen pobló mi memoria infantil de pavor por mucho tiempo. Yo me pregunto, ¿no pensó Millar en el daño que imprimiría esa ilustración? A mis casi 42 años la he vuelto a enfrentar. El miedo de antiguo finalmente cedió.
Los libros no son piezas inmóviles. El libro ni siquiera equivale al lector. El libro equivale minuciosamente a la edad del lector.
La historia de Millar es un manual, pero en su concisión no se abstiene de la adjetivación presuntuosa. Le preocupa que el chileno que transite sus páginas (el niño que transite sus páginas) adquiera el amor por Chile. Huidobro previó que el adjetivo puede matar. Yo agregaría que un simple adjetivo puede también desfigurar. En el episodio en que habla de Colón aduce: 'Aquel luminoso día del 12 de octubre de 1492 pudo ver Colón que había llegado a una isla'. Poco le importa que esa luminosidad no se haya extendido a las poblaciones aborígenes. Millar escribe como europeo e incurre en el perjuicio de atribuir méritos a las embestidas militares.
En poco más de un párrafo incurre en dos lamentables dislates. En la página 332 osa decir: 'Los paros gremiales prolongados, el desabastecimiento, las 'colas', y el mercado negro, provocaban un clamor público que los soldados de la Patria no podían dejar de oír'. Millar prefiere ignorar que el golpe del 73 no fue una obra altruista, sino la arremetida de una facción que optó por la violencia para recuperar sus prebendas.
Don Walterio Millar falleció en 1978. Colaboradores anónimos (uso el plural porque desconozco quién lo hizo) agregaron apéndices que aluden al golpe de estado y a los gobiernos que lo sucedieron. Escribieron: 'Allende no se acogió a las garantías de seguridad personal ofrecidas'. Los agregados atarearon mucho a los colaboradores pues obviaron la conocida orden proferida por Pinochet a Carvajal: 'Entonces hay que estar listo para actuar sobre él. Más vale matar la perra y se acaba la leva, viejo'. Los herederos de don Walterio no pueden abogar ignorancia de ese comentario, porque la última edición de su historia data del 2000, y el libro de Patricio Verdugo, donde consta la transcripción del refinado lenguaje del nuevo zar, fue impreso en 1998.
Hay ciertas evidencias que Millar no entendió: la patria es una abstracción, queremos que sea algo concreto, pero solo damos con individuos y símbolos, que suelen denigrar a fetiches. El amor a la patria es, pues, el amor y el respeto a los individuos. Eso es imposible en alguien que propugna que es lícito que el Estado persiga y asesine a personas para erguir un país.
Una última aserción: hablando de Valdivia, en la página 71 enseña: '(...) y resolvió tentar una segunda expedición a este austral país'. Ahora Millar inadvierte que en aquella época Chile no era un país sino un territorio (Parra escribió esa sospecha en un poema).
Sigo leyendo la historia de Millar. Mis años la han situado a la altura de lo que es: una curiosidad superada.

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