Lord Tennyson concibió un poema que llamó The charge of the light Brigade. En él cita a un batallón de 600 soldados que deben cumplir con la beligerancia sin cuestionar ni razonar nada. ¿Quién podría imputarle homicido a esa gente?, ¿quién podría, años más tarde, enrostrarles crímenes si las guerras están para perpetrar crímenes?. Tennyson entiende que esa violencia comporta heroísmo, y aun sin predicarlo, deja entender que la obediencia absoluta es imprescindible en esta cólera aprendida que es el ejército.
Un abogado, Juan Carlos Manns, en cuyo currículo consta la defensa de los derechos del otrora todopoderoso Manuel Contreras, se ha comprometido con la defensa de los derechos de militares que están siendo procesados por violaciones a los derechos humanos. El argumento de defensa es el llamado 'obediencia debida', que dicta que todo militar debe obedecer sin contrariedades las órdenes superiores. Es la justificación que alegaron los grisáceos Eichmann y Höss. Un ejército debe su cohesión, atributo imprescindible en una guerra, a la obediencia de sus estratos. Cuestionar, desobedecer, son crímenes en la jerarquizada polis marcial.
En mi país, recuerdo, muchos adherían a las filas para hacer una carrera. Para muchos padres, el ejército era la oportunidad para enderezar la vida de sus hijos. Puedo entender esta opción, pero la zozobra económica no es un atenuante para justificar al que actúa en conciencia. No se espera que un padre católico lamente el celibato porque antes de asumirlo ya sabe lo que deja.
Un candidato sabe que al entrar al ejército no deberá cuestionar y que su capacidad de reflexión menguará conforme los grados. Queda, empero, el caso de los conscriptos obligados a alistarse. Esta es una categoria triste y solo cabe en países de barbarie disimulada. Yo pude ser uno de esos cabos. Yo pude haber padecido las prácticas de cuartel, pude haber conocido de cerca una estupidez de inmejorable calidad.
Se me ha presentado casi una disyuntiva: ¿sería yo capaz de defender a alguien tan deleznable como un militar? Pero he corregido a tiempo este dilema. Solo abogaría, y en circunstancias claramente indagadas y esclarecidas, a los que no tuvieron más remedio que alistarse.
Tennyson admira el brío del batallón. Yo prefiero perpetuar mi admiración por Costa Rica y por Islandia.
sexta-feira, 4 de abril de 2008
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