Aprendí a tocar la guitarra bajo la tutela de los cancioneros de Silvio Rodríguez. Su estilo, me lo ha informado un amigo especialista, creó una especie de escuela no declarada en mi generación. Siempre participé de su obra, pero me abstuve a tiempo de su afecto político, que hoy me parece deleznable. En los extramuros de la isla de Fidel Castro, Silvio Rodríguez es su vicario. Sus letras se han condolido siempre del martirio de los pueblos, de las explotaciones y han hecho apología de los santos del comunismo. Hasta aquí, su preceptiva no diverge de la incondicionalidad con que esa dictadura se aferra en algunas gentes. Mi trasiego es comprender cómo alguien que enarbola la miseración puede aprobar el uso de la bomba atómica. Recreo una entrevista leída hace algún tiempo. El periodista interrogó a Rodríguez sobre qué pasaría si EE.UU atacase algún país de la órbita de su simpatía con un misil atómico. Para él, no sería objetable que esa comunidad respondiera con iguales bombas. Al observarle que no estaban hablando de artefactos convencionales, sino de artilugios que podrían condenar al planeta, el cubano ultimó "si te dan una bofetada, ¿tú no la devuelves?". La condolencia social de Rodríguez no tiene por qué ser planetaria.
Paso al segundo cantautor. Alberto Plaza es uno de los artistas menos irrelevantes de mi país. Es un músico melodioso, de arreglos placenteros y letras azucaradas que no son inmejorables. Actualmente, creo, no hace más que trovarle al amor. Pero hubo un tiempo en que Plaza devotó mucha preocupación por la paz del mundo. Su primer disco se componía de canciones cuya tesitura principal era el diálogo y la justicia. Creo que ante la pregunta de aquel periodista Plaza no habría titubeado en negar el derecho de un contra ataque. Pero Alberto Plaza no ocupó verso alguno para denunciar las persecuciones, las torturas, la sevicia que los alguaciles de Pinochet perpetraban contra sus propios compatriotas. Su piedad no admitía tanta locuacidad. Ambos músicos pregonan la licencia de gobiernos dictatoriales. La afinidad de sus defensas no es exigua: muertes, prisiones, censura, tortura, exilio, infabilidad del caudillo... Es mutua la convicción de que es el otro el que se equivoca.La cuestión de fondo no me parece compleja. Una dictadura redunda en los mismos métodos, en los mismos recursos. Su base es la coerción y el poder vitalicio. Quienes siguen a Castro aprecian públicamente la libertad, la igualdad social y el respeto. (A mí se me ha negado la potestad de entender cómo tales virtudes pueden acaecer en un régimen así). Los que adhirieron y adhieren a Pinochet han tenido que amancebar galimatías, martingalas o practicar la mera desvergüenza para lisonjear el terrorismo de Estado.
Es curiosa la forma estudiada con que algunas gentes distribuyen su lágrima y conmiseración.
El discurso de miss universo de Alberto Plaza. El discurso de congreso de Silvio Rodríguez.
Dos cantautores que se complementan.
sábado, 31 de maio de 2008
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