En un mito que nadie ignora, Adán es ofrendado con la compañía de Eva, la primera mujer. Adán estaba solo, quizá abatido por el ancho mundo sin eventos que dios le había deparado. El Paraíso era un sitio incólume pero imperfecto. Eva lo eximió para siempre de esa aterradora paz. Tengo para mí que los castigados lamentaron no la salida de un lugar de mañanas, tardes y noches simétricas, sino la decepción provocada al padre.
La Comedia de Dante es una lectura de asombro decreciente. Mientras el Infierno es una geografía preparada para el desconcierto, el Purgatorio ablanda las condenas pero deja persistir la sorpresa. Creo que el tedio del libro se instaura en el Paraíso, que es una república poblada de círculos, himnos y luces y virtudes.
La paz y la bondad absolutas no atraen la atención humana, pero se propende a desearlas. Fray Luis de León declaró: "Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido, y sigue la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido". Berceo celebró el sosiego de los vergeles bucólicos. Estas defensas, de tan fácil realización en época de los poetas, ha prevalecido con un guiño de utopía. Lo constato en el texto de un sociólogo chileno, Fernando Villegas. Su libro "El Chile que no queremos" es un lato desahogo que a medio camino se enerva. Es visible que Villegas no sabía cómo completar su composición y se atuvo a la mera ferocidad. Tanto fue su denuedo que a cierta altura inquirió: " ¿A dónde ir?".
Parece axioma postular el abandono de Santiago. Presumo que Villegas integra esa caterva, pues cita (presiento que con envidia) a personas que se han mudado al campo. Hay algo incómodo en este juicio. La hagiografía de los extramuros no condice con gente asociada al libro, al concierto, a la charla, al café o al vino. Santiago no es la ciudad sucia y descuidada que él traza. Es una experiencia mucho más civilizada de lo que hemos insistido en suponer.
El arroyo, los ciruelos, el cielo limpio son manifestaciones respetables, pero previsibles. Tornarlos un ideal puede no ser más que una escondida ponderación de la monotonía.
sexta-feira, 12 de dezembro de 2008
terça-feira, 2 de dezembro de 2008
La bandera y el himno
Días atrás oí una ponderada defensa del himno patrio. Recordé que a esta explícita devoción se le acostumbra aparejar la figuración de la bandera. Si no me equivoco, esta es la magna simbología de lo que para muchos compendia el amor a la nación. Me permito una interrogante: ¿esta prescripción nació de civiles? Hasta donde logro suponer, no. Los militares no conciben el universo sin la pleitesía a fetiches previamente consagrados. La máxima afrenta (consta en el avieso catálogo del siglo XX) es la quema de una bandera.
En un instante presuroso, casi a punto de zozobrar, Arturo Prat Chacón arengó a sus hombres con una exclamación conferida que no se puede corroborar: "¡Muchachos!, la contienda es desigual. Nunca se ha arriado nuestra bandera al enemigo y espero no sea esta la ocasión de hacerlo. Mientras yo viva, esa bandera flameará en su lugar; si muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber". Previo al abordaje, previo a ser ultimado, el comandante invierte (o la Historia quiere que invierta) más de la mitad de la breve exhortación en remitirse a la bandera de Chile.
Poco más de un siglo después, Bonvallet, un futbolista retirado que se niega con logro eminente al ejercicio de la inteligencia, entrevistó al dictador. Tras él, hierática, una bandera; mientras la apuntaba, el futbolista entonó: ''todos saben del amor irracional que siento por mi patria''.
Bonvallet y otros ejemplares de la plutocracia chilena profesan ciertas veneraciones que son de ardua compatibilidad: por un lado declaran su aprecio al país; por otro se jactan de la tiranía. Tengo dificultades para entender cómo un patriota puede asentir, justificar y fomentar el exterminio de sus coterráneos.
Quevedo pensaba que la mejor manera para enriquecer a un hombre no era atiborrándolo de monedas, sino quitándole la codicia.
Enseñarle a un niño a contemplar la bandera mientras finge denuedo al cantar no es índice de patriotismo. Es un rito que se perpetúa por el temor a serle infiel a una tradición.
Las tradiciones pueden ser también una refinada y tediosa forma de no pensar.
En un instante presuroso, casi a punto de zozobrar, Arturo Prat Chacón arengó a sus hombres con una exclamación conferida que no se puede corroborar: "¡Muchachos!, la contienda es desigual. Nunca se ha arriado nuestra bandera al enemigo y espero no sea esta la ocasión de hacerlo. Mientras yo viva, esa bandera flameará en su lugar; si muero, mis oficiales sabrán cumplir con su deber". Previo al abordaje, previo a ser ultimado, el comandante invierte (o la Historia quiere que invierta) más de la mitad de la breve exhortación en remitirse a la bandera de Chile.
Poco más de un siglo después, Bonvallet, un futbolista retirado que se niega con logro eminente al ejercicio de la inteligencia, entrevistó al dictador. Tras él, hierática, una bandera; mientras la apuntaba, el futbolista entonó: ''todos saben del amor irracional que siento por mi patria''.
Bonvallet y otros ejemplares de la plutocracia chilena profesan ciertas veneraciones que son de ardua compatibilidad: por un lado declaran su aprecio al país; por otro se jactan de la tiranía. Tengo dificultades para entender cómo un patriota puede asentir, justificar y fomentar el exterminio de sus coterráneos.
Quevedo pensaba que la mejor manera para enriquecer a un hombre no era atiborrándolo de monedas, sino quitándole la codicia.
Enseñarle a un niño a contemplar la bandera mientras finge denuedo al cantar no es índice de patriotismo. Es un rito que se perpetúa por el temor a serle infiel a una tradición.
Las tradiciones pueden ser también una refinada y tediosa forma de no pensar.
segunda-feira, 10 de novembro de 2008
Una contradicción de Bécquer
Sin necesidad de reglar, la tradición ha estipulado que en la imprevisible hagiografía de la seducción se deben ofrendar tres cosas a una dama: flores, chocolate y poesía. Si al candidato se le ha negado el ingenio de los sustantivos, se espera que se auxilie de algún verso venerado. Todo Tristán aspira, a sabiendas o ignorándolo, a ser el Neruda de los 20 poemas o a ser el Bécquer de las Rimas. Bécquer es el compendio del poeta intimista, el poeta idóneo para dedicatorias y epígrafes. Es un poeta que traba amistades sin mediar esfuerzos. Prueba de ello es la manera como perdonamos y hasta justificamos sus evidentes distracciones. Nadie ignora que la pupila no puede ser azul, pero conviene que así sea. Hay una declaración de Bécquer que parece ser del gusto del nostálgico lector: No digáis que acabado su tesoro / de asuntos falta enmudeció la lira / podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía. Es la idea que defiende Gorostiza: la poesía tiene una existencia propia, exterior al hombre.
Nada más adecuado al ensueño que suponer que la belleza es eterna y ajena. Bécquer parecía adherir a esta convicción, pero, a propósito de un arpa, se permitió decir: Ay, pensé, cuántas veces el genio, / así duerme en el fondo del alma, y una voz como Lázaro espera/ que le diga "Lévántate y anda". Ahora la belleza, escondida en un instrumento, necesita del concurso humano.
Hay un verso de Neruda que invalida aquella primera aspiración: Y la muerte del pueblo fue como siempre / ha sido: / como si no muriera nadie, nada/ como si fueran piedras que caen sobre la tierra/ o agua sobre el agua. Neruda percibe belleza en dos hechos burdos. No sé si hasta entonces alguien había presentido poesía en la caída de una piedra. Lo cierto es que, una vez conocidos estos versos, la percepción del evento pasa a ser una percepción educada.
Berkeley entendió que los hechos de la realidad no existen desligados de la experiencia humana. A pesar de la contradicción delatada, los eventos de las Rimas quieren preexistir. Yo añadiría que no son los eventos los que amonedan la poesía y sí la mera posibilidad de que así sea. Cuando adviene la melancolía que permite asociar arbitrariamente los integrantes de la realidad, conviene que esta se suspenda. Nadie es un buen poeta sin ser irresponsable.
Nada más adecuado al ensueño que suponer que la belleza es eterna y ajena. Bécquer parecía adherir a esta convicción, pero, a propósito de un arpa, se permitió decir: Ay, pensé, cuántas veces el genio, / así duerme en el fondo del alma, y una voz como Lázaro espera/ que le diga "Lévántate y anda". Ahora la belleza, escondida en un instrumento, necesita del concurso humano.
Hay un verso de Neruda que invalida aquella primera aspiración: Y la muerte del pueblo fue como siempre / ha sido: / como si no muriera nadie, nada/ como si fueran piedras que caen sobre la tierra/ o agua sobre el agua. Neruda percibe belleza en dos hechos burdos. No sé si hasta entonces alguien había presentido poesía en la caída de una piedra. Lo cierto es que, una vez conocidos estos versos, la percepción del evento pasa a ser una percepción educada.
Berkeley entendió que los hechos de la realidad no existen desligados de la experiencia humana. A pesar de la contradicción delatada, los eventos de las Rimas quieren preexistir. Yo añadiría que no son los eventos los que amonedan la poesía y sí la mera posibilidad de que así sea. Cuando adviene la melancolía que permite asociar arbitrariamente los integrantes de la realidad, conviene que esta se suspenda. Nadie es un buen poeta sin ser irresponsable.
quinta-feira, 9 de outubro de 2008
Mônica
Como se espera el frescor de una tarde
como del día una luz se espera
así termina por dentro y por fuera
la llama oscura que nunca arde.
La soledad efímera que emites
al cruzar una puerta y recorrer
la calle de algún sitio que permites
antes cae y no puede crecer.
Naciste, aliviaste mi deseo
ansiado de poblar tanto vacío
de un teatro armado que ya no veo.
Algo hay en ti que insiste en ser mío
algo sin lluvia de lo cual yo creo
un río será, será como un río.
como del día una luz se espera
así termina por dentro y por fuera
la llama oscura que nunca arde.
La soledad efímera que emites
al cruzar una puerta y recorrer
la calle de algún sitio que permites
antes cae y no puede crecer.
Naciste, aliviaste mi deseo
ansiado de poblar tanto vacío
de un teatro armado que ya no veo.
Algo hay en ti que insiste en ser mío
algo sin lluvia de lo cual yo creo
un río será, será como un río.
sábado, 4 de outubro de 2008
La ignorancia mueve montañas
Estoy (no logro decir vivo) en una ciudad en que proliferan programas auspiciados por tribus evangélicas. Al presenciarlos, es fácil notar que redundan en el alarde de esta aserción: Jesús es la solución de todos los problemas. El fiel usa esta suposición y la transforma en verdad balsámica. Si algo sale bien en su vida, es obra de Jesús; si algo no sale bien en su vida, Jesús sabe por qué. Este laberinto conceptual es idéntico al que consagra el mérito de las machis en la cultura mapuche. El cuerpo sana por intercesión de la curandera; cuando enferma, se debe a la renuencia de las potestades.
Estas convicciones comercian con accesibles silogismos: 1.- Dios es todopoderoso; estoy en desgracia; bienaventurada la desgracia porque Dios todo lo puede. 2.- Dios es justo; estoy sufriendo; soy feliz por sufrir porque Dios me compensará.
Una de las máximas publicidades de los evangélicos es la suposición de que la realidad prosaica es modificada por Dios. En una de las sesiones televisivas, los fieles hablaban, sin excepción mediante, de los dolores físicos superados por obra celestial. Cuando era el caso, los pastores repetían, no desprovistos de sorna, que las dolencias habían sido calificadas como graves por la medicina. Puede sentirse que el auditorio emite cierto desprecio por aquellos diagnósticos de mal agüero. La devoción los impele a concluir que poco importa lo que prodigue el médico, basta que el doliente venere a la potestad para que todo se resuelva. Deseosas de ser explícitas, estas sociedades son tácitas en promover una teocracia que se abstenga de la ciencia y se rija por la plegaria.
Kierkegaard escribió que la fe ocurre cuando acaba la razón. Yo me permitiría una tergiversación: la fe ocurre cuando fracasa la razón.
Estas convicciones comercian con accesibles silogismos: 1.- Dios es todopoderoso; estoy en desgracia; bienaventurada la desgracia porque Dios todo lo puede. 2.- Dios es justo; estoy sufriendo; soy feliz por sufrir porque Dios me compensará.
Una de las máximas publicidades de los evangélicos es la suposición de que la realidad prosaica es modificada por Dios. En una de las sesiones televisivas, los fieles hablaban, sin excepción mediante, de los dolores físicos superados por obra celestial. Cuando era el caso, los pastores repetían, no desprovistos de sorna, que las dolencias habían sido calificadas como graves por la medicina. Puede sentirse que el auditorio emite cierto desprecio por aquellos diagnósticos de mal agüero. La devoción los impele a concluir que poco importa lo que prodigue el médico, basta que el doliente venere a la potestad para que todo se resuelva. Deseosas de ser explícitas, estas sociedades son tácitas en promover una teocracia que se abstenga de la ciencia y se rija por la plegaria.
Kierkegaard escribió que la fe ocurre cuando acaba la razón. Yo me permitiría una tergiversación: la fe ocurre cuando fracasa la razón.
sábado, 13 de setembro de 2008
La simpatía de un oficio
Escucho con algo de frecuencia que las palabras cambian. Esta declaración procede del mismo ámbito y del mismo archivo que legitimó la certeza de que el sol gravita a la tierra. Nada más que por rigor de términos, cabe remembrar que el lenguaje carece de ánima, y que son los usuarios los que deciden la permanencia o la defunción de los componentes de un idioma. En su alba, toda palabra es un neologismo. Mientras 'domus' ha prevalecido indemne, se ha olvidado que 'pomada' deviene de manzana, pues de antiguo los mejunjes cremosos se preparaban con esa acicalada fruta. Pero existe el caso híbrido de vocablos que han emigrado a otras área sin desobeceder a su fundación. Esta solidaridad puede parecer incompatible. Un buen ejemplo la refuta: el altruismo de la antigua Grecia llamó 'pedagogo' al esclavo que conducía a los niños a sus lugares de estudio. Luego advino un tránsito conocido: la palabra rotuló al esclavo que aleccionaba y luego se asentó en el profesional de la educación.
Cuando informaba que sería profesor de castellano, mis interlocutores oscilaban del dialógico desprecio ("¿Pedagogía?, ¿vas a ser profesor?") al eufemismo lastimero ("¿profesor?, qué simpático"). Cierto día, ya en ejercicio, un apoderado me confesó que su hijo pretendía ser profesor y me rogó que lo disuadiera. En otra ocasión, un alumno me recomendó que ante las chicas revelara que ejercía la ingeniería o las leyes. La pedagogía, empero, goza de un día consagrado, como los santos, y no es incomún que se invierta en poesías, loas, artículos y lágrimas para celebrar su relevancia.
En Chile, existe un circuito de oficios de prestigio inferencial: medicina, leyes, ingeniería, no sé si periodismo. Quienes los anhelan han optado por no recordar que las materias que las componen deberán ser oficiadas por un profesor, que fue educado por profesores, que fueron educados por profesores, que fueron edificados por profesores . En Chile medra el desdén a la cultura y a sus bases. Son los quisieran erguir una instalación comenzando por el tercer piso.
El profesor actual no ha sido infiel a la cuna léxica que rotula su ministerio.
Cuando informaba que sería profesor de castellano, mis interlocutores oscilaban del dialógico desprecio ("¿Pedagogía?, ¿vas a ser profesor?") al eufemismo lastimero ("¿profesor?, qué simpático"). Cierto día, ya en ejercicio, un apoderado me confesó que su hijo pretendía ser profesor y me rogó que lo disuadiera. En otra ocasión, un alumno me recomendó que ante las chicas revelara que ejercía la ingeniería o las leyes. La pedagogía, empero, goza de un día consagrado, como los santos, y no es incomún que se invierta en poesías, loas, artículos y lágrimas para celebrar su relevancia.
En Chile, existe un circuito de oficios de prestigio inferencial: medicina, leyes, ingeniería, no sé si periodismo. Quienes los anhelan han optado por no recordar que las materias que las componen deberán ser oficiadas por un profesor, que fue educado por profesores, que fueron educados por profesores, que fueron edificados por profesores . En Chile medra el desdén a la cultura y a sus bases. Son los quisieran erguir una instalación comenzando por el tercer piso.
El profesor actual no ha sido infiel a la cuna léxica que rotula su ministerio.
quinta-feira, 28 de agosto de 2008
Van Meegeren
Harto de ser Han van Meegeren, harto de ser desdeñado por la crítica y de haber comparecido en un tiempo equivocado, Han van Meegeren planificó ser un pintor del siglo XVII. El Siglo de Oro le prodigó la magnitud de Johaness Veermer, de quien osó el tema bíblico de la cena de Emaús. A la esplendidez inaugural le siguieron obras que acaso podríamos tratar de menores. Cuando fue arrestado, van Meegeren se deparó con una disyuntiva inesperada: si declaraba que no había incurrido en traición, pues las obras vendidas al Reich eran de su cuño, las telas serían extirpadas de los museos; si no lo hacía, sus invenciones continuarían seduciendo bajo la férula del otro holandés. Finalmente optó por desvelar la impostura.
En otro siglo de oro, un autor que quiso llamarse Alonso Fernández de Avellaneda, concibió la edificación de un nuevo Quijote. Para el efecto emuló las muchas destrezas y también las muchas indestrezas cervantinas: la amenidad, la variedad, la cascada verbal, la intercalación, el desparpajo. En el prólogo de su edición, el furtivo autor esclareció que no pretendía más que proseguir las aventuras ya incoadas por su cercano colega. He leído que Avellaneda despierta animadversión porque quiso aprovecharse de la creciente fama del libro de Cervantes. A mi juicio, esa imputación incide en dos errores de base: en primer lugar, Avellaneda es un seudónimo y como tal abriga el nombre de alguien que probablemente fue célebre; en segundo lugar, y esto es quizás lo de mayor relieve, un escritor es (o debería ser) libre para fabular con personajes, ambientes, lenguajes o historias consabidas. Es seguro que ni Racine ni Corneille prohijaron la idea de ser Eurípides; si a Séneca lo atareaba la filosofía de la tragedia, es fútil imputarle el deseo de ser Sófocles. Avellaneda ciertamente no anheló ser Miguel de Cervantes. Han van Meegeren no quiso ser un epígono, sino el propio Johaness Veermer. La obnubilada y aclamante crítica de la época llegó a calificar aquella primera incursión como la mejor de todas las obras conocidas del venerado pintor.
Un artista puede ser otros artistas. Quien premedita serlo debe saber que el tiempo no indulta de la obligación debida a la época que nos sortea el devenir.
En otro siglo de oro, un autor que quiso llamarse Alonso Fernández de Avellaneda, concibió la edificación de un nuevo Quijote. Para el efecto emuló las muchas destrezas y también las muchas indestrezas cervantinas: la amenidad, la variedad, la cascada verbal, la intercalación, el desparpajo. En el prólogo de su edición, el furtivo autor esclareció que no pretendía más que proseguir las aventuras ya incoadas por su cercano colega. He leído que Avellaneda despierta animadversión porque quiso aprovecharse de la creciente fama del libro de Cervantes. A mi juicio, esa imputación incide en dos errores de base: en primer lugar, Avellaneda es un seudónimo y como tal abriga el nombre de alguien que probablemente fue célebre; en segundo lugar, y esto es quizás lo de mayor relieve, un escritor es (o debería ser) libre para fabular con personajes, ambientes, lenguajes o historias consabidas. Es seguro que ni Racine ni Corneille prohijaron la idea de ser Eurípides; si a Séneca lo atareaba la filosofía de la tragedia, es fútil imputarle el deseo de ser Sófocles. Avellaneda ciertamente no anheló ser Miguel de Cervantes. Han van Meegeren no quiso ser un epígono, sino el propio Johaness Veermer. La obnubilada y aclamante crítica de la época llegó a calificar aquella primera incursión como la mejor de todas las obras conocidas del venerado pintor.
Un artista puede ser otros artistas. Quien premedita serlo debe saber que el tiempo no indulta de la obligación debida a la época que nos sortea el devenir.
sábado, 9 de agosto de 2008
El fin de la iglesia católica
El filósofo latino Celso fue un hombre lúcido y precursor. Antecedió en siglos a ese extraño desacuerdo que hoy asoma entre dispersos y prudentes católicos. Los prosélitos de la iglesia de Roma aprueban, o creen aprobar, la íntima orientación de esa cofradía. Aceptan y se devotan a Cristo, presienten la vida pos vida telúrica, admiten la Santísima Trinidad, aprecian a los santos, idolatran imágenes, ayunan y celebran (sin entender muy bien por qué) la Navidad. Yo entiendo que un fiel debe acatar la normativa de su jerarca príncipe. Para el caso, ello supone la discriminación a los homosexuales, la refutación de la anti y la contracepción, significa venerar la perennidad del matrimonio aun cuando carezca de sentido, implica proveer de ilimitados hijos a familias incapaces de atenderlos, significa ser conniventes con antónimos vitales: sancionar el aborto y aplaudir sin ámbitos cualquier tipo de fecundación, significa inadmitir descendientes de padres separados. Esta convenciones están cercadas de una apariencia de moral que no es otra cosa que una dilapidación de lo inmoral. Yo me pregunto, si la buena inteligencia de un católico desacata estas órdenes, ¿por qué proseguir en las filas de la iglesia?
Las tradiciones familiares no son necesariamente pruebas de sensatez. La imposición de un credo tampoco lo es. La lucidez estriba en renunciar a ella.
Celso podría haber soñado con el fin de la Iglesia Católica. Yo lo secundo en este ilusorio y urgente altruismo.
Las tradiciones familiares no son necesariamente pruebas de sensatez. La imposición de un credo tampoco lo es. La lucidez estriba en renunciar a ella.
Celso podría haber soñado con el fin de la Iglesia Católica. Yo lo secundo en este ilusorio y urgente altruismo.
segunda-feira, 21 de julho de 2008
Elogio de la farándula
Son de bajo costo, de fácil montaje, son vistos, comentados y carecen de exigencia mental, libretos, guiones o inventiva. Hace unos años era incomún encontrar programas que se acodaran únicamente sobre la vida ajena. Su intrascendencia capital ha buscado compensación en extraños neologismos como opinólogo y en la redundancia ubicua de farándula. Estos encuentros se edifican siempre de la misma forma: un grupo de personas (algunos son periodistas) auscultan hasta la indiscreción en los devenires vecinos, especialmente en los que connotan relaciones amorosas; gustan de exacerbar lo que ellos han signado como escándalo, que no es otra cosa que una sinécdoque de la irrelevancia: lo que el otro dijo, lo que el otro desmintió, lo que gasta fulano en un fin de semana, la cirugía con que fulana se quiere recomponer... He visto un fragmento en que unos especialistas discurrían con imagen a la vista si él la había querido besar o no. Entre otros silogismos declaraban que, según mostraba el ángulo, él iba primero a ocuparse del moflete derecho pero que luego se decidió por el beso comprometedor. El debate ocupó un tiempo nada exiguo.
Estos programas evitan con visible logro la enunciación de cosas inteligentes. Los he seguido con curiosidad y he constatado que es imposible exhumar de ellos algo que instigue, simplemente imposible. Todo es notorio, desvelado, esperable. Pero estas monotonías pueden también contribuir al almanaque cerebral de los chilenos. Pienso en un espectador atareado con la vida ajena, pero harto de la desgreñada discusión que comercian estas experiencias. Este audiente podría apagar el televisor e interrogar, de inicio, las "Vidas paralelas" o "La vida de los doce césares". Es probable que entonces este inusitado visitante no reincida en los viejos hábitos.
Truman Capote no eludía el coloquio inmiscuidor. Pienso cuán distintas serían las persistentes diatribas de la farándula si las presidiera gente como él.
Estos programas evitan con visible logro la enunciación de cosas inteligentes. Los he seguido con curiosidad y he constatado que es imposible exhumar de ellos algo que instigue, simplemente imposible. Todo es notorio, desvelado, esperable. Pero estas monotonías pueden también contribuir al almanaque cerebral de los chilenos. Pienso en un espectador atareado con la vida ajena, pero harto de la desgreñada discusión que comercian estas experiencias. Este audiente podría apagar el televisor e interrogar, de inicio, las "Vidas paralelas" o "La vida de los doce césares". Es probable que entonces este inusitado visitante no reincida en los viejos hábitos.
Truman Capote no eludía el coloquio inmiscuidor. Pienso cuán distintas serían las persistentes diatribas de la farándula si las presidiera gente como él.
segunda-feira, 30 de junho de 2008
El autodidacta
Bernard Shaw concluyó que la educación regular había interrumpido su formación. Aludía, obviamente, a los dilatados y rabiosos años que un individuo puede historiar en escuelas y universidades. Newton se nutrió de un exiguo material esencial para urdir su sistema posterior. Da Vinci se educó mediante la espléndida curiosidad. Wallace discurrió los fundamentos de su teoría en el indómito trasiego del Amazonas. Einstein no fue un alumno ilustre en sus años inaugurales. Borges se tituló de bachiller y nada más.
Enseñarse a sí mismo presume una pasión que puede ausentarse en la disciplina del método institucional. El autodidacta no puede albergar saberes ni afinar talentos sin devotarse íntima y pacientemente al objeto de su indagación. La escuela puede premunir la ilusión de que algo gusta, pero no garantiza su convicción. Suministra, y esto es lo que muchos buscan, un documento, una revelación escrita que atestigua lo que el autodidacta no puede publicar. La sociedad demanda ese código. La sociedad demanda la aquiescencia de una rúbrica estampada.
El mérito del autodidacta es un mérito proscrito.
Enseñarse a sí mismo presume una pasión que puede ausentarse en la disciplina del método institucional. El autodidacta no puede albergar saberes ni afinar talentos sin devotarse íntima y pacientemente al objeto de su indagación. La escuela puede premunir la ilusión de que algo gusta, pero no garantiza su convicción. Suministra, y esto es lo que muchos buscan, un documento, una revelación escrita que atestigua lo que el autodidacta no puede publicar. La sociedad demanda ese código. La sociedad demanda la aquiescencia de una rúbrica estampada.
El mérito del autodidacta es un mérito proscrito.
quinta-feira, 19 de junho de 2008
Cecilia
Sortijas y miel. Cecilia. Ha rodeado otra vez al sol y ha inaugurado el agua clara que usa para jugar. El viento, una mariposa, una tarde de césped la demoran y ella cree que el mundo es suyo, que son suyas las horas porque acaba de nacer a cada día. Ella ve la paz de la mesa y anima una palabra que a lo lejos suena con un par de ojos robados a la noche. Todo cuanto mira renace. Su voz está repleta de campanas. Mi mano se pierde en su piel acanelada, en su gesto ansioso que hace nuevo lo que ya no es nuevo.
Yo no entiendo este mundo sin ti, Cecilia.
Yo no entiendo este mundo sin ti, Cecilia.
Antonio Salieri y Anna Holtz
La Ficción y la Historia abrazan espacios contrarios. Eso es al menos lo que gustamos de pregonar. Pero hay evidencias que tornan este axioma en un simple acto de fe. Pongo por caso la imagen que hemos heredado de Antonio Salieri desde que se divulgó en 1985 la película "Amadeus". En redundantes ocasiones oí comentarios que advertían de su aparato ficcional, que no histórico. Su núcleo era pues la relación asaz tormentosa entre un genio y un hombre mediano. Respetada esta salvedad, podríamos entonces recluir a Salieri y a Mozart en el ámbito de la pura ficción y no arrostrar la licitación histórica. Pero esto no converge en lo que asiente nuestro imaginario. Ahora no sospechamos, sino que creemos saber que Antonio Salieri fue un hombre rasgado por la envidia, el celo y la intriga. Peter Shaffer prodiga ocasiones para publicar la molicie creativa del compositor. Poco importa que la Historia nos confiese que Salieri entabló relaciones corteses con Mozart y que fue un músico de talento. Nuestra mitología ya lo ha asentado en un puesto que desmerecía.
Precedida por la poderosa férula de esta película, la directora Agniezka Holland urde una trama sobre Beethoven. Lo vemos en su intimidad, despojado del inevitable arreglo divino que le cabe. El lugar de Salieri lo usurpa aquí un personaje llamado Anna Holtz, que anhela ser música y que logra enseñar su trabajo al maestro aprovechando su privilegio de copista. Pero Beethoven, en vez de celebrar la Fuga de la joven, se mofa con extrema vulgaridad de su iniciativa. Aquí convergen los dos filmes.
Como Salieri, Anna Holtz increpa a un crucifijo e inquiere por qué se le ha concedido el deseo y se le ha negado el don. Holland podría haber insistido en la medianía de Holtz pues esta no es más que un ente de ficción. No habría intervenido en nuestra apreciación de la Historia, más aun porque luego sabemos que Holtz sí amoneda un talento que debe depurar.
(Ante la interrogante que he citado sobre dios, el ateo posee una parsimonia que el creyente no puede blandir. En un sistema que contempla al Cielo es arduo entender por qué se confiere el anhelo y se refuta el talento; en uno que prescinda de él, la contestación no admite arcanos).
Anna Holtz fue inventada, y hubo miseración con su fábula. El recuerdo que portamos de Salieri aguarda una conveniente fe de errata.
Precedida por la poderosa férula de esta película, la directora Agniezka Holland urde una trama sobre Beethoven. Lo vemos en su intimidad, despojado del inevitable arreglo divino que le cabe. El lugar de Salieri lo usurpa aquí un personaje llamado Anna Holtz, que anhela ser música y que logra enseñar su trabajo al maestro aprovechando su privilegio de copista. Pero Beethoven, en vez de celebrar la Fuga de la joven, se mofa con extrema vulgaridad de su iniciativa. Aquí convergen los dos filmes.
Como Salieri, Anna Holtz increpa a un crucifijo e inquiere por qué se le ha concedido el deseo y se le ha negado el don. Holland podría haber insistido en la medianía de Holtz pues esta no es más que un ente de ficción. No habría intervenido en nuestra apreciación de la Historia, más aun porque luego sabemos que Holtz sí amoneda un talento que debe depurar.
(Ante la interrogante que he citado sobre dios, el ateo posee una parsimonia que el creyente no puede blandir. En un sistema que contempla al Cielo es arduo entender por qué se confiere el anhelo y se refuta el talento; en uno que prescinda de él, la contestación no admite arcanos).
Anna Holtz fue inventada, y hubo miseración con su fábula. El recuerdo que portamos de Salieri aguarda una conveniente fe de errata.
quarta-feira, 11 de junho de 2008
La sombra de Job
Cierto día, prestados al ocio eterno, Yaveh y Satanás discurrían sobre la rectitud de los hombres. Para jactarse, Yaveh permitió que el otro dios experimentase con la paciencia de Job, un siervo íntegro y manso, aplicado y devoto. Sin mediar motivo, sus hijos perecen aplastados en sus propias casas. Sin nueva explicación, pierde todo lo que es de su peculio. Pese a ser un hombre timorato, Job se permitió maldecir su propia vida. Si dios le concedió la vida, entonces Job maldijo una ofrenda celestial, lo cual es una blasfemia. Luego (Job 34:5) añadió: "Yo soy justo, pero Dios me quita mi derecho, mi juez se muestra cruel para conmigo, mi llaga es incurable, aunque no tengo culpa". Job admite la iniquidad de su dios. Por su parte, Yaveh razona que este es precisamente el mérito augusto de su siervo: sufrir, cuestionar, pero nunca renegar.
De Job emana algo que linda con la estolidez. Afirmo esto apoyado en la recompensa otorgada por Yaveh. Dice el final del libro que dios, para laurear el padecimiento de su súbdito, lo plagó de riquezas, proliferó su hacienda y le dio siete hijos y tres hijas para reponer a los que habían perecido. Para lucir más esta generosidad, sabemos que las tres jóvenes fueron las mujeres más bellas del país. Finalmente, la corona de Job fue una prolongada senectud.
En la placidez de esos días, ¿no recordó Job que sus hijos iniciales fueron muertos? ¿Yaveh supone que un hijo puede sanar la pérdida de otro?
Esta simple inquisición avala que Yaveh desconoce el sentido de la paternidad. Este mero hecho debería haber bastado para que Job se convenciera de la sevicia de su dios, y no de su bonhomía. Pero no lo hizo.
Job es una sombra que eclipsa el entendimiento de muchas gentes. He sabido de al menos dos gravísimos accidentes que han cercenado a familias completas. En ambos han perecido casi todos. Como Job, los sobrevivientes no han renegado, más aun: han agradecido la misericordia que los ha rescatado. ¿Por qué una deidad habría de ser magnánimo con unos y cruel con otros? La respuesta de rigor que suelo oír es que nadie conoce los designios del señor. Esto no es una respuesta, es una huida. Para un creyente, estos hechos ominosos son de ardua contestación. Para quien no lo es no hay misterio posible. Quienes sobreviven a un accidente deben agradecer al acaso, nada más.
Confío en que estas víctimas puedan recomponer sus vidas. Espero (quizá en vano) que no emulen lo que hizo Job.
De Job emana algo que linda con la estolidez. Afirmo esto apoyado en la recompensa otorgada por Yaveh. Dice el final del libro que dios, para laurear el padecimiento de su súbdito, lo plagó de riquezas, proliferó su hacienda y le dio siete hijos y tres hijas para reponer a los que habían perecido. Para lucir más esta generosidad, sabemos que las tres jóvenes fueron las mujeres más bellas del país. Finalmente, la corona de Job fue una prolongada senectud.
En la placidez de esos días, ¿no recordó Job que sus hijos iniciales fueron muertos? ¿Yaveh supone que un hijo puede sanar la pérdida de otro?
Esta simple inquisición avala que Yaveh desconoce el sentido de la paternidad. Este mero hecho debería haber bastado para que Job se convenciera de la sevicia de su dios, y no de su bonhomía. Pero no lo hizo.
Job es una sombra que eclipsa el entendimiento de muchas gentes. He sabido de al menos dos gravísimos accidentes que han cercenado a familias completas. En ambos han perecido casi todos. Como Job, los sobrevivientes no han renegado, más aun: han agradecido la misericordia que los ha rescatado. ¿Por qué una deidad habría de ser magnánimo con unos y cruel con otros? La respuesta de rigor que suelo oír es que nadie conoce los designios del señor. Esto no es una respuesta, es una huida. Para un creyente, estos hechos ominosos son de ardua contestación. Para quien no lo es no hay misterio posible. Quienes sobreviven a un accidente deben agradecer al acaso, nada más.
Confío en que estas víctimas puedan recomponer sus vidas. Espero (quizá en vano) que no emulen lo que hizo Job.
domingo, 8 de junho de 2008
La píldora del día después
Era de esperarse. El Tribunal Constitucional de Chile ha prohibido la distribución pública de la píldora del día después. Poco importó que 15 mil personas expresaran su desdén al edicto.
Cómo iba a ausentarse de esta arena la Iglesia Católica, cómo dejaría de prohijar autoridad la derecha de mi país. Trato de ponerme en la mente de estas gentes. Ellos suponen que el papa es una autoridad venerable e infalible, cuyo amor por la vida es tan desmedido que aborrece que en ella exista calidad: habiendo vida poco importan el sufrimiento o la administración conciente del arbitrio.
"Es necesario decidir por la persona. Ella ignora que poseemos la razón. Poco interesa lo que piense, debemos protegerla porque así avistaremos la inacabable escalera del paraíso. Si pudiéramos, prohibiríamos ciertas películas, desterraríamos ciertos libros. Por eso clamamos por un caudillo para que todo lo sepa y todo lo impugne".
La derecha dice abogar por la vida. Sus partícipes son de lágrima fácil cuando se cita el aborto o la contracepción. No aceptan no defender a ultranza lo que entienden por vida. En su calidad mental unas cuantas células equidistan de un doliente real. El derechista ha gastado tanto este pío altruísmo que no le ha alcanzado para condolerse de sus compatriotas mutilados por la dictadura. A fin de cuentas, la hostia y la metralla no son incompatibles.
Veo el rostro de esta gente y adviene Benedicto XVI, un señor acayado que entiende que el alma humana procede y acaba en el versículo de un libro anónimo y errante.
Cómo iba a ausentarse de esta arena la Iglesia Católica, cómo dejaría de prohijar autoridad la derecha de mi país. Trato de ponerme en la mente de estas gentes. Ellos suponen que el papa es una autoridad venerable e infalible, cuyo amor por la vida es tan desmedido que aborrece que en ella exista calidad: habiendo vida poco importan el sufrimiento o la administración conciente del arbitrio.
"Es necesario decidir por la persona. Ella ignora que poseemos la razón. Poco interesa lo que piense, debemos protegerla porque así avistaremos la inacabable escalera del paraíso. Si pudiéramos, prohibiríamos ciertas películas, desterraríamos ciertos libros. Por eso clamamos por un caudillo para que todo lo sepa y todo lo impugne".
La derecha dice abogar por la vida. Sus partícipes son de lágrima fácil cuando se cita el aborto o la contracepción. No aceptan no defender a ultranza lo que entienden por vida. En su calidad mental unas cuantas células equidistan de un doliente real. El derechista ha gastado tanto este pío altruísmo que no le ha alcanzado para condolerse de sus compatriotas mutilados por la dictadura. A fin de cuentas, la hostia y la metralla no son incompatibles.
Veo el rostro de esta gente y adviene Benedicto XVI, un señor acayado que entiende que el alma humana procede y acaba en el versículo de un libro anónimo y errante.
sexta-feira, 6 de junho de 2008
De rerum natura
Lucrecio supuso, pues no podía comprobarlo, que el interior de la Tierra lo edificaban valles y pasadizos por donde se incrustaban vientos feroces que estremecían la superficie en forma de terremotos. Lucrecio nunca presintió un acoso, una agresión divina. Entendió muy bien que la Tierra tiembla por natura y no por el encono o el ocio de un dios litigante e incomprensible. A inicios del siglo XX, Alfred Wegener afirmó que la entraña terrestre se constituía de placas que al acomodarse emanan sismos, y que en algún momento de su inmensa historia, los continentes planetarios conocieron una unidad que llamó Pangea. Como Lucrecio, Wegener también se abstuvo de la argumentación teológica.
Sin embargo, es simplemente imposible que estas evidencias aparejen la sensatez de todas las gentes.
Sharon Stone es una conocida actriz que ciertamente debe tener acceso a libros. No obstante, ha preferido prescindir de la lucidez y ha declarado con holgura y sin pachorra que el cataclismo que torturó a China es una punición divina. Presumo que Stone es una cristiana devota. Presumo que sabe lo que dice. Presumo que si un musulmán hubiese declarado que la tragedia de New Orleans fue castigo celeste nadie se habría incomodado pues Alá carece de jurisdicción sobre ese territorio. Los chinos siguen a Buda, al Tao y a Confucio. El dios cristiano debe resonarles como un lejano miedo de Occidente. ¿Por qué este dios habría de obrar sobre un pueblo que no lo admite?
Stones oblitera esta obvia obviedad. Una venia a la actriz nos autorizaría a temer a los acechos que nos podría endilgar, por ejemplo, el panteón de los tirthankaras.
Los dioses son globales. A lo que todo indica, la estulticia también.
Sin embargo, es simplemente imposible que estas evidencias aparejen la sensatez de todas las gentes.
Sharon Stone es una conocida actriz que ciertamente debe tener acceso a libros. No obstante, ha preferido prescindir de la lucidez y ha declarado con holgura y sin pachorra que el cataclismo que torturó a China es una punición divina. Presumo que Stone es una cristiana devota. Presumo que sabe lo que dice. Presumo que si un musulmán hubiese declarado que la tragedia de New Orleans fue castigo celeste nadie se habría incomodado pues Alá carece de jurisdicción sobre ese territorio. Los chinos siguen a Buda, al Tao y a Confucio. El dios cristiano debe resonarles como un lejano miedo de Occidente. ¿Por qué este dios habría de obrar sobre un pueblo que no lo admite?
Stones oblitera esta obvia obviedad. Una venia a la actriz nos autorizaría a temer a los acechos que nos podría endilgar, por ejemplo, el panteón de los tirthankaras.
Los dioses son globales. A lo que todo indica, la estulticia también.
sábado, 31 de maio de 2008
Dos cantautores complementarios
Aprendí a tocar la guitarra bajo la tutela de los cancioneros de Silvio Rodríguez. Su estilo, me lo ha informado un amigo especialista, creó una especie de escuela no declarada en mi generación. Siempre participé de su obra, pero me abstuve a tiempo de su afecto político, que hoy me parece deleznable. En los extramuros de la isla de Fidel Castro, Silvio Rodríguez es su vicario. Sus letras se han condolido siempre del martirio de los pueblos, de las explotaciones y han hecho apología de los santos del comunismo. Hasta aquí, su preceptiva no diverge de la incondicionalidad con que esa dictadura se aferra en algunas gentes. Mi trasiego es comprender cómo alguien que enarbola la miseración puede aprobar el uso de la bomba atómica. Recreo una entrevista leída hace algún tiempo. El periodista interrogó a Rodríguez sobre qué pasaría si EE.UU atacase algún país de la órbita de su simpatía con un misil atómico. Para él, no sería objetable que esa comunidad respondiera con iguales bombas. Al observarle que no estaban hablando de artefactos convencionales, sino de artilugios que podrían condenar al planeta, el cubano ultimó "si te dan una bofetada, ¿tú no la devuelves?". La condolencia social de Rodríguez no tiene por qué ser planetaria.
Paso al segundo cantautor. Alberto Plaza es uno de los artistas menos irrelevantes de mi país. Es un músico melodioso, de arreglos placenteros y letras azucaradas que no son inmejorables. Actualmente, creo, no hace más que trovarle al amor. Pero hubo un tiempo en que Plaza devotó mucha preocupación por la paz del mundo. Su primer disco se componía de canciones cuya tesitura principal era el diálogo y la justicia. Creo que ante la pregunta de aquel periodista Plaza no habría titubeado en negar el derecho de un contra ataque. Pero Alberto Plaza no ocupó verso alguno para denunciar las persecuciones, las torturas, la sevicia que los alguaciles de Pinochet perpetraban contra sus propios compatriotas. Su piedad no admitía tanta locuacidad. Ambos músicos pregonan la licencia de gobiernos dictatoriales. La afinidad de sus defensas no es exigua: muertes, prisiones, censura, tortura, exilio, infabilidad del caudillo... Es mutua la convicción de que es el otro el que se equivoca.La cuestión de fondo no me parece compleja. Una dictadura redunda en los mismos métodos, en los mismos recursos. Su base es la coerción y el poder vitalicio. Quienes siguen a Castro aprecian públicamente la libertad, la igualdad social y el respeto. (A mí se me ha negado la potestad de entender cómo tales virtudes pueden acaecer en un régimen así). Los que adhirieron y adhieren a Pinochet han tenido que amancebar galimatías, martingalas o practicar la mera desvergüenza para lisonjear el terrorismo de Estado.
Es curiosa la forma estudiada con que algunas gentes distribuyen su lágrima y conmiseración.
El discurso de miss universo de Alberto Plaza. El discurso de congreso de Silvio Rodríguez.
Dos cantautores que se complementan.
Paso al segundo cantautor. Alberto Plaza es uno de los artistas menos irrelevantes de mi país. Es un músico melodioso, de arreglos placenteros y letras azucaradas que no son inmejorables. Actualmente, creo, no hace más que trovarle al amor. Pero hubo un tiempo en que Plaza devotó mucha preocupación por la paz del mundo. Su primer disco se componía de canciones cuya tesitura principal era el diálogo y la justicia. Creo que ante la pregunta de aquel periodista Plaza no habría titubeado en negar el derecho de un contra ataque. Pero Alberto Plaza no ocupó verso alguno para denunciar las persecuciones, las torturas, la sevicia que los alguaciles de Pinochet perpetraban contra sus propios compatriotas. Su piedad no admitía tanta locuacidad. Ambos músicos pregonan la licencia de gobiernos dictatoriales. La afinidad de sus defensas no es exigua: muertes, prisiones, censura, tortura, exilio, infabilidad del caudillo... Es mutua la convicción de que es el otro el que se equivoca.La cuestión de fondo no me parece compleja. Una dictadura redunda en los mismos métodos, en los mismos recursos. Su base es la coerción y el poder vitalicio. Quienes siguen a Castro aprecian públicamente la libertad, la igualdad social y el respeto. (A mí se me ha negado la potestad de entender cómo tales virtudes pueden acaecer en un régimen así). Los que adhirieron y adhieren a Pinochet han tenido que amancebar galimatías, martingalas o practicar la mera desvergüenza para lisonjear el terrorismo de Estado.
Es curiosa la forma estudiada con que algunas gentes distribuyen su lágrima y conmiseración.
El discurso de miss universo de Alberto Plaza. El discurso de congreso de Silvio Rodríguez.
Dos cantautores que se complementan.
El placer de lo irracional
Cuando arribé a Brasil sabía que correría el riesgo de ser interrogado sobre mis filiaciones futbolísticas. Como estas inexisten, he tenido que acostumbrarme a la desilusión que provoco en ciertos interlocutores que no conciben cómo un ser humano puede abstenerse de ese tipo de pasión. Chile no difiere en extremo de este énfasis. Cierto día encontré a un amigo muy querido plenamente ataviado de azul e hincado frente a la efigie de un santo. Me explicaron que en ese momento invocaba la solidaridad divina para que a su equipo le fuera próspera la fortuna.Siempre me intrigó cómo una persona puede padecer o exultarse con el logro o la derrota de las habilidades ajenas. Alguien me argumentó que la pasión por el fútbol es inexplicable. Yo creo que esta aserción pretende conferirle al deporte un misterio del que carece.Es innegable que, bien jugado, el fútbol es capaz de alcanzar una belleza que no poseen otros ensayos colectivas. A la par, es una de las actividades humanas com mayor poder de congregación. Aquí radica la desdeñosa evaluación que provoca en algunos. Y no con poca razón. El poder de convocatoria indiscriminada le permite al hincha la impunidad del anonimato. Por breve período, el hincha puede ser lo que no es. Flaco es el favor que las barras arrebatadas por su delirio programado le imprimen al deporte que dicen ovacionar.Puede afirmarse sin dolo posible que el fútbol, la religión y la política son espacios lícitos y prescritos para que haya el placer de lo irracional.
quinta-feira, 29 de maio de 2008
La previsión de Adolf Hasse
Cierta vez compré un disco que traía un concierto para flauta de Federico II, el rey músico. Lo secundaban otros autores, todos confesadamente solicitados por mi ignorancia. Dos de ellos, Hasse y Quantz, me resultaron magníficos, inolvidables. A modo de indulto, diré que los especialistas que conozco tampoco saben de sus nombres. Con el tiempo he tratado premiosamente de corregir esta laguna. La búsqueda, el generoso azar, que muchos insisten en llamar dios, me regaló con una declaración del propio Hasse. Se dice que tras presenciar la ópera ASCANIO IN ALBA, de Mozart, el músico exclamó: Seremos todos relegados al olvido debido a este muchacho.
El tiempo fue solidario con su impresión. Hoy, Hasse y Quantz no son músicos poco conocidos por su talento sino por esa especie de sombra que suelen emitir los hombres extraordinarios sobre sus congéneres.
Hasse debió lamentar haber sido cotemporáneo de Mozart. No sé si Quantz participó de este sentimiento.
A mí me resta denunciar la franciscana y aun titubeante divulgación de su espléndido opus.
El tiempo fue solidario con su impresión. Hoy, Hasse y Quantz no son músicos poco conocidos por su talento sino por esa especie de sombra que suelen emitir los hombres extraordinarios sobre sus congéneres.
Hasse debió lamentar haber sido cotemporáneo de Mozart. No sé si Quantz participó de este sentimiento.
A mí me resta denunciar la franciscana y aun titubeante divulgación de su espléndido opus.
quarta-feira, 28 de maio de 2008
Un verso de Góngora
Creo que la poesía puede segmentarse en dos vastas líneas: la poesía de evocación y la de conceptos. Esta bifurcación no las torna incompatibles. Verlaine amonedó esas direcciones en esta espléndida frase: "la poesía es el desarrollo de una exclamación".
Góngora fue un poeta de conceptos fértiles. Quisiera hacer un breve comentario sobre esta meditación suya: 'El sueño: autor de representaciones en su teatro de viento armado, sombras suele vestir, de bulto bello'. Pues bien, de aquí se infiere que lo soñado ocurre en un teatro lábil, y Borges, colmado de poesía, interpreta que al soñar somos el autor, el escenario, la trama y los personajes.
Me atrevo a discrepar de esta aserción. Cuando soñamos no sentimos que representamos algo: sentimos que somos efectivamente ese insospechado algo. La eventualidad nos puede deparar la encarnación de personajes, de vuelos, de tiempos, pero en ningún momento sentimos (no digo pensamos) que aquello difiere de lo que somos o imaginamos ser. Creo que eso explica el poder aterrador que detenta una pesadilla. El sueño es el único momento en que nos es lícito e impune ser Hamlet, Medea, avistar el arribo de Almagro o transitar por las lúcidas calles de Reykjavik.
Góngora fue un poeta de conceptos fértiles. Quisiera hacer un breve comentario sobre esta meditación suya: 'El sueño: autor de representaciones en su teatro de viento armado, sombras suele vestir, de bulto bello'. Pues bien, de aquí se infiere que lo soñado ocurre en un teatro lábil, y Borges, colmado de poesía, interpreta que al soñar somos el autor, el escenario, la trama y los personajes.
Me atrevo a discrepar de esta aserción. Cuando soñamos no sentimos que representamos algo: sentimos que somos efectivamente ese insospechado algo. La eventualidad nos puede deparar la encarnación de personajes, de vuelos, de tiempos, pero en ningún momento sentimos (no digo pensamos) que aquello difiere de lo que somos o imaginamos ser. Creo que eso explica el poder aterrador que detenta una pesadilla. El sueño es el único momento en que nos es lícito e impune ser Hamlet, Medea, avistar el arribo de Almagro o transitar por las lúcidas calles de Reykjavik.
quinta-feira, 22 de maio de 2008
Dios es fiel
No es raro que esta pródiga frase me enfrente en calcomanías, parachoques de camiones o vitrinas. Entiendo que la fidelidad y el respeto al prójimo equidistan de la bondad. Del fiel no se espera una traición, un chisme, una ofensa a hurtadillas. El fiel es un individuo previsible. De esta constancia emana la confianza que provoca.
La zona de Chaitén fue flagelada por un volcán y una inundación. Entre sus habitantes debió haber gente devota y observante, gente que no dudaría del edicto que he citado. Pero la fidelidad divina no es previsible. Sin explicar el motivo, dios decidió que esa comunidad debía padecer. Para un cristiano es arduo entender esa extraña expresión de cariño. Para un no creyente la desgracia se remite a una convincente explicación geológica.
Albert Einstein refutaba la probabilidad de un dios personal. El generoso azar me confiere esta cita suya: "Para mí, la palabra 'dios' no es más que expresión y producto de las debilidades humanas. La Biblia es una colección de leyendas venerables, pero primitivas e infantiles".
Dios es fiel. Múltiples circunstancias, múltiples agravantes maculan esa virtud tan atribuida.
Las calcomanías, los parachoques, las vitrinas aguardan un expurgo.
La zona de Chaitén fue flagelada por un volcán y una inundación. Entre sus habitantes debió haber gente devota y observante, gente que no dudaría del edicto que he citado. Pero la fidelidad divina no es previsible. Sin explicar el motivo, dios decidió que esa comunidad debía padecer. Para un cristiano es arduo entender esa extraña expresión de cariño. Para un no creyente la desgracia se remite a una convincente explicación geológica.
Albert Einstein refutaba la probabilidad de un dios personal. El generoso azar me confiere esta cita suya: "Para mí, la palabra 'dios' no es más que expresión y producto de las debilidades humanas. La Biblia es una colección de leyendas venerables, pero primitivas e infantiles".
Dios es fiel. Múltiples circunstancias, múltiples agravantes maculan esa virtud tan atribuida.
Las calcomanías, los parachoques, las vitrinas aguardan un expurgo.
segunda-feira, 19 de maio de 2008
La muerte de Julio César
Al rever el último episodio de la espléndida serie Roma advertí un detalle que merece comentario. Ya postrado por los puñales en el mármol del Senado, Julio César tuvo lucidez suficiente para un gesto de pudor. Puede verse que al ultimarlo el acero de Brutus, César repliega su toga para cubrirse el rostro. Esta atroz circunstancia posee una extraña variación en Suetonio, que dice: Pero cuando notó los puñales alzados sobre él, puñales de todas direcciones, se envolvió la cabeza en la toga. Al mismo tiempo, con la mano izquierda se bajó los pliegues hasta las piernas, para caer con más decencia, pues estaba desnudo por debajo.
En el fragor del magnicidio, ¿alguien habrá notado realmente ese gesto de César? ¿Qué piensa un hombre que se ve derrotado por una horda plural de asesinos? Es más: ¿Un hombre en una circunstancia así realmente piensa? Si la variante de Suetonio no es mera estética, cabe admitir que la historia es una alternativa diligente, aunque imperfecta, de la ficción. Y viceversa.
En el fragor del magnicidio, ¿alguien habrá notado realmente ese gesto de César? ¿Qué piensa un hombre que se ve derrotado por una horda plural de asesinos? Es más: ¿Un hombre en una circunstancia así realmente piensa? Si la variante de Suetonio no es mera estética, cabe admitir que la historia es una alternativa diligente, aunque imperfecta, de la ficción. Y viceversa.
sábado, 17 de maio de 2008
Los realistas
Creo que aunque no siempre lo reconozca, el espectador de una pieza artística busca la fidelidad con la materia. No digo la realidad porque esta es escurridiza, torneable y alegórica. Es inevitable que admiremos la obediencia de una obra con su modelo externo. Al contemplarla exploramos detalles, filigrana de tejidos, espesura de guedejas, la luz que atraviesa una redoma.Este es uno de los motivos que prohija tanta veneración en pintores diametrales como Ingres o Bravo. Advino el expresionismo, advino la abstracción, advino el minimalismo, y el encanto realista ha seguido indemne.Algo especular le ocurrió a la literatura. Por citar a los irlandeses, qué diferente es la fruición de que son capaces los textos de Wilde, Swift, Lawrence y Joyce. Esta distancia no es circunstancial y deviene en buena parte de lo que acabo de comentar.
La locura de Don Quijote
Ya es un lugar común hablar de Don Quijote y su locura. Nadie ignora que la demencia fue el artificio inaugural para que Cervantes compusiera su trama. El narrador estaba en su derecho para declarar que alguien puede enloquecer de tanto leer. Si Cervantes sabía que esto no es posible, entonces Cervantes acometió una espléndida ironía; si no lo sabía, Cervantes cometió un error en su examen. Ya que nadie puede enfermar por la lectura, la insania consagrada a Don Quijote es anterior al diagnóstico cursado en la novela. Dicho de otro modo, Don Quijote ya delira cuando arriba a las novelas de caballería. Estas no fueron más que un gatillo, como podrían haberlo sido otras circunstancias materiales. Pero esta lógica enervaría completamente su ficción.
Sin embargo, la realidad suele reproducir a la fábula. Hay quienes juzgan que las armas engendran los asesinatos, que la ignorancia procede de la televisión, que los juguetes bélicos ocasionan las riñas infantiles, que la virtud humana se origina en dios.
A cada día se escribe de manera ocasional y trillada el artificio perpetuo que tuvo que emplear Cervantes.
Sin embargo, la realidad suele reproducir a la fábula. Hay quienes juzgan que las armas engendran los asesinatos, que la ignorancia procede de la televisión, que los juguetes bélicos ocasionan las riñas infantiles, que la virtud humana se origina en dios.
A cada día se escribe de manera ocasional y trillada el artificio perpetuo que tuvo que emplear Cervantes.
quarta-feira, 14 de maio de 2008
La brutalidad
Cuando se habla de un crimen ominoso es invariable que se solicite el adjetivo 'brutal'. Nunca he leído a Paulo Coelho, pero he visitado algunas críticas. Recuerdo que una de ella aludía a que su inope estilo no lograba emanciparse de reincidencias como 'crimen brutal'. La etimología popular ha prescrito que el adjetivo procede de Marcus Junius Brutus, uno de los asesinos de Julio César. La voz, en realidad, es muy anterior, pues arriba al latín 'brutus', 'tonto, irracional' por legado del indoeuropeo gwru-to, que significa 'pesado'.
Es probable que esta genealogía haya atenazado a la familia Brutus. Marco Junio Bruto no pudo sospechar que su crimen inauguraba una etimología alternativa y que ensombrecía para siempre un origen. Shakespeare entendió que Brutus asesinaba por el bien de Roma, y no por oportunismo o envidia. Brutus no actuó por impulso. Debió gastar muchas horas para cerciorarse de que su opción derivaba del convencimiento.
La posteridad acabó proscribiendo su nombre. La misma suerte secundó a los de Caín, Judas, Nerón, Adolf... Nadie arriesga un bautismo con esos nómines.
No será así con Isabella, que ciertamente perpetuará su inocencia, su belleza, su vida tan reciente bajo el nombre de una nueva niña.
Es probable que esta genealogía haya atenazado a la familia Brutus. Marco Junio Bruto no pudo sospechar que su crimen inauguraba una etimología alternativa y que ensombrecía para siempre un origen. Shakespeare entendió que Brutus asesinaba por el bien de Roma, y no por oportunismo o envidia. Brutus no actuó por impulso. Debió gastar muchas horas para cerciorarse de que su opción derivaba del convencimiento.
La posteridad acabó proscribiendo su nombre. La misma suerte secundó a los de Caín, Judas, Nerón, Adolf... Nadie arriesga un bautismo con esos nómines.
No será así con Isabella, que ciertamente perpetuará su inocencia, su belleza, su vida tan reciente bajo el nombre de una nueva niña.
sábado, 3 de maio de 2008
El lector de "El Código da Vinci"
Llegué a 'El Código da Vinci' antecedido por la omnipotente publicidad que se encargó de transformarlo en un best-seller mundial. Lo leí sin desagrado. El libro fue premeditado para gustar: capítulos cortos, suspenso continuo, ficción visual, enredo controverso. En más de un momento, lo confieso, me sorprendí con algún comentario, pero nada más. Este libro conoció, creo como ningún otro, una nutrida cohorte de textos que pretendían dilucidarlo. Al tiempo, surgieron DVDs, documentales, simposios, charlas, conferencias, y una esperada película que aún no he visto. Ese frenesí, como todo el frenesí programado en una sociedad de consumo, ha mermado, y creo que mermará hasta su total extinción. El libro de Brown es un libro olvidable. Gusta de polemizar, de zaherir. El libro de Kazantzakis no conoció la misma repercusión. Sé que son pocos los que han explorado sus páginas (de la controversia se encargó una película que el decoro de las autoridades chilenas se opuso por quince años a exhibir).
Mucha gente discutió sobre María Magdalena, Jesús, el Opus Dei, el Vaticano, Da Vinci, los Templarios, y llegaron a creer que Brown había urdido un documento. Olvidaron que Brown no pasa de un autor forjado para vender, y que todo escritor tiene la prebenda de escribir sobre lo que se le antoje.
Don Quijote supuso, o quiso suponer, que las hazañas de sus amados libros eran justas y verdaderas. Quien le atribuye a 'El Código da Vinci' una potestad superior al de la mera ficción entabla irremediablemente una lectura aquijotada.
Mucha gente discutió sobre María Magdalena, Jesús, el Opus Dei, el Vaticano, Da Vinci, los Templarios, y llegaron a creer que Brown había urdido un documento. Olvidaron que Brown no pasa de un autor forjado para vender, y que todo escritor tiene la prebenda de escribir sobre lo que se le antoje.
Don Quijote supuso, o quiso suponer, que las hazañas de sus amados libros eran justas y verdaderas. Quien le atribuye a 'El Código da Vinci' una potestad superior al de la mera ficción entabla irremediablemente una lectura aquijotada.
sexta-feira, 2 de maio de 2008
La inteligencia militar
"La inteligencia militar es una contradicción de términos", pronunció una vez Groucho Marx. Talvez por carecer de ella, los militares han optado por la sonoridad y han bautizado uno de sus departamentos de 'inteligencia'. Permítanme citar tres antónimos de esta circunstancia. El 27 de julio de 1956 la impericia del piloto estrelló un B-47 contra un depósito en que dormían acechantes tres bombas nucleares. La deflagración podría haberlas activado, y con ellas habría desaparecido el este de Inglaterra.
En otro ejemplo, los Estados Unidos idearon un solícito meandro de códigos para evitar que los misiles nucleares obraran por el comando de un simple botón. Para que nadie pudiera olvidar el inaccesible lenguaje, prescribieron que el secreto contara con extenuantes ocho dígitos: 00000000. Esta dinastía de nulidades fue alterada en 1977 por un acceso menos descifrable. Para bosquejar la tercera circunstancia, traduciré la nota que encontré en la revista 'Mundo estranho' del mes de abril: "En 1961, un bombardero B-52 sobrevolaba Carolina del Norte cuando constató una avería. Como consecuencia, se incendió, explotó y soltó dos bombas nucleares que no detonaron porque no estaban armadas. Una de ellas cayó sobre un campo, mientras la otra fue a parar a 45 m en un pantano del que nunca se pudo recuperar. En 1968, otro B-52 portaba cuatro artefactos atómicos y cayó en Groenlandia. Se hallaron tres bombas. La cuarta continúa perdida". A estas hazañas marciales hay que añadir el total de las guerras, el imperativo de la obediencia incontestable, la censura, la tortura, los golpes de estado, como el que trucidó a mi país.
Agregaré una muestra más de la cartografía cerebral de los militares. Ya instalado Pinochet, uno de sus esbirros prohibió la divulgación de El violinista en el tejado, una obra asaz peligrosa porque se ambienta en Rusia.
Los militares son tipos isósceles, que ejercen con extraño orgullo un inmejorable desdén a la razón. Hay un libro llamado "La Inteligencia Militar". He olvidado la fecha de su publicación y el nombre de su autor, pero no he olvidado que la integridad de sus páginas están en blanco.
En otro ejemplo, los Estados Unidos idearon un solícito meandro de códigos para evitar que los misiles nucleares obraran por el comando de un simple botón. Para que nadie pudiera olvidar el inaccesible lenguaje, prescribieron que el secreto contara con extenuantes ocho dígitos: 00000000. Esta dinastía de nulidades fue alterada en 1977 por un acceso menos descifrable. Para bosquejar la tercera circunstancia, traduciré la nota que encontré en la revista 'Mundo estranho' del mes de abril: "En 1961, un bombardero B-52 sobrevolaba Carolina del Norte cuando constató una avería. Como consecuencia, se incendió, explotó y soltó dos bombas nucleares que no detonaron porque no estaban armadas. Una de ellas cayó sobre un campo, mientras la otra fue a parar a 45 m en un pantano del que nunca se pudo recuperar. En 1968, otro B-52 portaba cuatro artefactos atómicos y cayó en Groenlandia. Se hallaron tres bombas. La cuarta continúa perdida". A estas hazañas marciales hay que añadir el total de las guerras, el imperativo de la obediencia incontestable, la censura, la tortura, los golpes de estado, como el que trucidó a mi país.
Agregaré una muestra más de la cartografía cerebral de los militares. Ya instalado Pinochet, uno de sus esbirros prohibió la divulgación de El violinista en el tejado, una obra asaz peligrosa porque se ambienta en Rusia.
Los militares son tipos isósceles, que ejercen con extraño orgullo un inmejorable desdén a la razón. Hay un libro llamado "La Inteligencia Militar". He olvidado la fecha de su publicación y el nombre de su autor, pero no he olvidado que la integridad de sus páginas están en blanco.
quinta-feira, 1 de maio de 2008
Los opinólogos chilenos
Por su morfología, entendería que 'opinólogo' es un individuo versado en el estudio y análisis de las opiniones. A simple vista yo no supondría que se trata de alguien atareado en los meandros de la vida ajena y en su divulgación. Antes, habría comprendido que es alguien afinado a la filología, pero no a alguien esmerado en tornar el chisme en género.
No habría concebido a alguien que propaga con indulgencia la privacidad de los otros, y que inventa deleitosamente polémicas sin ninguna trascendencia.
En algún momento, alguno de ellos quiso honrar a su pléyade articulando un neologismo sonoro. Yo ficciono que el nuevo nómine debió itinerar por vocablos como: opinadores, opinantes, opinaderos, opinófilos...hasta que ese alguien desembocó en 'opinólogo'. El resultado fue espantoso, y talvez algún día se domicilie en el diccionario.
Yo no he fatigado tiempo ni esfuerzos morfológicos para describirlos con mi impecable chileno:
copuchentos a sueldo.
No habría concebido a alguien que propaga con indulgencia la privacidad de los otros, y que inventa deleitosamente polémicas sin ninguna trascendencia.
En algún momento, alguno de ellos quiso honrar a su pléyade articulando un neologismo sonoro. Yo ficciono que el nuevo nómine debió itinerar por vocablos como: opinadores, opinantes, opinaderos, opinófilos...hasta que ese alguien desembocó en 'opinólogo'. El resultado fue espantoso, y talvez algún día se domicilie en el diccionario.
Yo no he fatigado tiempo ni esfuerzos morfológicos para describirlos con mi impecable chileno:
copuchentos a sueldo.
Los descendientes de Hitler
He conocido algunas fantasías que ficcionan sobre los probables hijos de Adolf Hitler. Menos expuestos a la fábula son los distantes parientes que prudentemente alteraron el estigma del apellido y que ahora habitan en EE.UU. La revista Mundo Estranho de este mes informa la composición de esta nada envidiable filiación. Alois Hitler tuvo ocho hijos con dos mujeres. De la primera nació el futuro Führer, de la segunda proviene Alois Hitler Junior, que generó a Heinz y William; este emigró de Alemania y se alistó en la marina estadounidense. Tras el conflicto, William Patrick Hitler pasó a llamarse William Patrick Stuart-Houston. De él provienen Alexander Stuart-Houston, Louis Stuart-Houston, Howard Stuart-Houston (muerto en 1989) y Brian Stuart-Houston. Los hermanos, ciertamente abrumados por su origen, prometieron no dejar descendencia. Con ellos expira el linaje sanguíneo de Adolf Hitler. Son otros los remanentes que se perpetúan: Treblinka, Auschwitz-Birkenau, Lídice, Varsovia, Sachsenhausen, Ilse Koch, Joseph Goebbels, la culpa inmerecida de los jóvenes alemanes, su vergüenza vitalicia.
quarta-feira, 30 de abril de 2008
La longevidad según Cicerón
Jorge Manrique, que debe la totalidad de su brillo a unas pocas páginas, pensó que había tres formas de vida: esta, la trascendental (para quien profesa alguna fe), y la de la fama. Uno de los versos de sus coplas se ha tornado lugar común, y quizás se ha desgastado en el premioso comercio verbal: cualquier tiempo pasado fue mejor. Quienes lo pronuncian añaden tono de nostalgia, cuando no de inescondido pesar. Ese verso, de exiguas y definitivas palabras, diverge del análisis que Cicerón hace de la vejez. Para él, la añoranza de los tiempos idos conduce a la angustia y a la desazón. Cada edad tiene sus atributos, y junto con diagnosticarlos es necesario vivirlos a plenitud y conciencia.
Creo que ambos juicios participan de la verdad.
Poseemos el arbitrio de ejercer una senectud magnífica, como la de Oscar Niemayer o una vejez deslavada como la de mi vecino, Seu Neguinho, un señor jubilado que dilacera mañanas y tardes en paseos definidos y estériles. Lo veo siempre sentado en el jardín de su casa, ansiando que el día no se dilate para acostarse pronto y no pensar. La longevidad puede usar el tiempo o malgastarlo.
A todos nos ha sido dada la libertad de obrar como Niemayer o Seu Neguinho. La calidad de la vejez depende del acierto de nuestro albedrío.
Creo que ambos juicios participan de la verdad.
Poseemos el arbitrio de ejercer una senectud magnífica, como la de Oscar Niemayer o una vejez deslavada como la de mi vecino, Seu Neguinho, un señor jubilado que dilacera mañanas y tardes en paseos definidos y estériles. Lo veo siempre sentado en el jardín de su casa, ansiando que el día no se dilate para acostarse pronto y no pensar. La longevidad puede usar el tiempo o malgastarlo.
A todos nos ha sido dada la libertad de obrar como Niemayer o Seu Neguinho. La calidad de la vejez depende del acierto de nuestro albedrío.
domingo, 27 de abril de 2008
El estridentismo
Como tantas otras cosas, Borges me enseñó que más o menos a inicios del siglo pasado se fraguó un movimiento literario de nombre bastante entre comillable: el estridentismo. Se trata de uno de los muchos consorcios artísticos que cuajaron bajo el catálogo de las vanguardias: futurismo, creacionismo, dadaísmo... La pesadez del sufijo no siempre coincidió con la pesasez de las obras. A propósito del mentor del estridentismo, Manuel Maples Arce, Borges cita uno de sus versos, que yo quisiera recuperar por su imagen y sus probabilidades de expansión: 'Y en todos los periódicos se ha suicidado un tísico'. Es la idea de que en cada uno de los ejemplares de un periódico vive la misma entidad, propalada definidamente. Si trocamos el ´tísico' por una figura más personal, daremos con una variación más patética y más bella: 'Y en todos los periódicos te has suicidado tú'. En una carta dirigida a Estela Canto, el propio Borges avizoró una de las posibilidades de esta imagen: 'No sé que le ocurre a Buenos Aires. No hace otra cosa que aludirte, infinitamente'. Mientras Maples Arce restringe la ubicuidad a los ejemplares de un periódico, Borges la expande a un circuito indefinible, como si fuera el dios de Spinoza.
No es retórica aquello de que los mejores descubrimientos operan por el acaso. Yo lo he constatado con el hallazgo de este verso instigador.
No es retórica aquello de que los mejores descubrimientos operan por el acaso. Yo lo he constatado con el hallazgo de este verso instigador.
quarta-feira, 23 de abril de 2008
La moral de los curas
Durante un tiempo, afortunadamente no muy prolongado, llegué a pensar que los curas eran dignidades intocables. Recuerdo mi desconcierto al ver cómo en películas de la II guerra se los perseguía y ultimaba. Pensaba que agredirlos era dañar a dios. Esa áurea acabó de deslavarse con la premiosa locuacidad que abraza a la realidad chilena. Medina y su amor por la censura es un ejemplo inmejorable. Verlo en el balcón vaticano anunciando la designación del nuevo papa fue ver una alegoría. Remembro, asimismo, las reconvenciones y amenazas que los padres distribuyeron a los diputados que concordaban con la ley de divorcio.
No es extraño que estas incontinencias clericales operen en forma de ciclos. Ahora es otra la figura que apremia. Goic (ignoro si guarda parentesco con don Cedomil) ha denostado en público la voluntad de algunos alcaldes que defienden la entrega gratuita de la píldora del día después. Goic, como tantos y tantos otros, arguye que estas y otras prácticas afines son nefandas porque amenazan a la vida. Como tantos y tantos otros Goic provee argumentos morales sin advertir la inmensa contradicción: su defensa es inmoral. A personas como estas les place más el cumplimiento del dogma que la mera felicidad de las personas y celebran el apego a esa extraña virtud que entienden es el sufrimiento.
Un relato de Woody Allen me cedió una idea. Dice que los astrónomos saben de un planeta deshabitado, distante a seis millones de años-luz de la Tierra llamado Quelm. La temperatura en Quelm ronda los - 1.300 C, carece de gravedad y de oxígeno.
Lo previsible sería comentar que este es el lugar idóneo para el clero católico. No, no iba a comentar eso, aunque lo pensé.
Mis digresiones eran otras. A un lúcido cura le compete abogar por la calidad de la vida, no censurar, no creerse autoridad, comentar a Buñuel y fomentar la extinción definitiva de la iglesia católica.
Pero ya ven, argumentos de este jaez me exponen a que muchos quieran que sea yo quien me vaya a pasar una temporada a Quelm.
No es extraño que estas incontinencias clericales operen en forma de ciclos. Ahora es otra la figura que apremia. Goic (ignoro si guarda parentesco con don Cedomil) ha denostado en público la voluntad de algunos alcaldes que defienden la entrega gratuita de la píldora del día después. Goic, como tantos y tantos otros, arguye que estas y otras prácticas afines son nefandas porque amenazan a la vida. Como tantos y tantos otros Goic provee argumentos morales sin advertir la inmensa contradicción: su defensa es inmoral. A personas como estas les place más el cumplimiento del dogma que la mera felicidad de las personas y celebran el apego a esa extraña virtud que entienden es el sufrimiento.
Un relato de Woody Allen me cedió una idea. Dice que los astrónomos saben de un planeta deshabitado, distante a seis millones de años-luz de la Tierra llamado Quelm. La temperatura en Quelm ronda los - 1.300 C, carece de gravedad y de oxígeno.
Lo previsible sería comentar que este es el lugar idóneo para el clero católico. No, no iba a comentar eso, aunque lo pensé.
Mis digresiones eran otras. A un lúcido cura le compete abogar por la calidad de la vida, no censurar, no creerse autoridad, comentar a Buñuel y fomentar la extinción definitiva de la iglesia católica.
Pero ya ven, argumentos de este jaez me exponen a que muchos quieran que sea yo quien me vaya a pasar una temporada a Quelm.
domingo, 20 de abril de 2008
La sapiencia femenina
Los griegos creyeron que sus mujeres no podían participar en sus incipientes democracias. Los escandinavos les dieron voz, pero no las eximieron de sus ajetreos domésticos. Tengo entendido que Islandia fue el primer país que escogió ser regido por una mujer. Chile fue el primer país latinoamericano que eligió para su regencia una mujer por mérito y no por filiación matrimonial. Sospecho que las armas nucleares serían inconcebibles en un mundo administrado por mujeres. Mi esposa me ha hecho ver que lo que yo gastaba en fe de erratas se podía superar entrando al comando pertinente de edición de entradas.
Mi talento informático es ecuacional a mis atributos futbolísticos.
No sé qué haría sin mi esposa.
Mi talento informático es ecuacional a mis atributos futbolísticos.
No sé qué haría sin mi esposa.
Los libros no son piezas inmóviles
64 ediciones, más de un millón de ejemplares vendidos. Para Chile esos números son una proeza, y quien la cumplió fue el historiador Walterio Millar. Recuerdo que de niño me demoraba horrorizado en la página 91 de su Historia de Chile, que reproducía el espantoso suplicio de Galvarino. La imagen pobló mi memoria infantil de pavor por mucho tiempo. Yo me pregunto, ¿no pensó Millar en el daño que imprimiría esa ilustración? A mis casi 42 años la he vuelto a enfrentar. El miedo de antiguo finalmente cedió.
Los libros no son piezas inmóviles. El libro ni siquiera equivale al lector. El libro equivale minuciosamente a la edad del lector.
La historia de Millar es un manual, pero en su concisión no se abstiene de la adjetivación presuntuosa. Le preocupa que el chileno que transite sus páginas (el niño que transite sus páginas) adquiera el amor por Chile. Huidobro previó que el adjetivo puede matar. Yo agregaría que un simple adjetivo puede también desfigurar. En el episodio en que habla de Colón aduce: 'Aquel luminoso día del 12 de octubre de 1492 pudo ver Colón que había llegado a una isla'. Poco le importa que esa luminosidad no se haya extendido a las poblaciones aborígenes. Millar escribe como europeo e incurre en el perjuicio de atribuir méritos a las embestidas militares.
En poco más de un párrafo incurre en dos lamentables dislates. En la página 332 osa decir: 'Los paros gremiales prolongados, el desabastecimiento, las 'colas', y el mercado negro, provocaban un clamor público que los soldados de la Patria no podían dejar de oír'. Millar prefiere ignorar que el golpe del 73 no fue una obra altruista, sino la arremetida de una facción que optó por la violencia para recuperar sus prebendas.
Don Walterio Millar falleció en 1978. Colaboradores anónimos (uso el plural porque desconozco quién lo hizo) agregaron apéndices que aluden al golpe de estado y a los gobiernos que lo sucedieron. Escribieron: 'Allende no se acogió a las garantías de seguridad personal ofrecidas'. Los agregados atarearon mucho a los colaboradores pues obviaron la conocida orden proferida por Pinochet a Carvajal: 'Entonces hay que estar listo para actuar sobre él. Más vale matar la perra y se acaba la leva, viejo'. Los herederos de don Walterio no pueden abogar ignorancia de ese comentario, porque la última edición de su historia data del 2000, y el libro de Patricio Verdugo, donde consta la transcripción del refinado lenguaje del nuevo zar, fue impreso en 1998.
Hay ciertas evidencias que Millar no entendió: la patria es una abstracción, queremos que sea algo concreto, pero solo damos con individuos y símbolos, que suelen denigrar a fetiches. El amor a la patria es, pues, el amor y el respeto a los individuos. Eso es imposible en alguien que propugna que es lícito que el Estado persiga y asesine a personas para erguir un país.
Una última aserción: hablando de Valdivia, en la página 71 enseña: '(...) y resolvió tentar una segunda expedición a este austral país'. Ahora Millar inadvierte que en aquella época Chile no era un país sino un territorio (Parra escribió esa sospecha en un poema).
Sigo leyendo la historia de Millar. Mis años la han situado a la altura de lo que es: una curiosidad superada.
Los libros no son piezas inmóviles. El libro ni siquiera equivale al lector. El libro equivale minuciosamente a la edad del lector.
La historia de Millar es un manual, pero en su concisión no se abstiene de la adjetivación presuntuosa. Le preocupa que el chileno que transite sus páginas (el niño que transite sus páginas) adquiera el amor por Chile. Huidobro previó que el adjetivo puede matar. Yo agregaría que un simple adjetivo puede también desfigurar. En el episodio en que habla de Colón aduce: 'Aquel luminoso día del 12 de octubre de 1492 pudo ver Colón que había llegado a una isla'. Poco le importa que esa luminosidad no se haya extendido a las poblaciones aborígenes. Millar escribe como europeo e incurre en el perjuicio de atribuir méritos a las embestidas militares.
En poco más de un párrafo incurre en dos lamentables dislates. En la página 332 osa decir: 'Los paros gremiales prolongados, el desabastecimiento, las 'colas', y el mercado negro, provocaban un clamor público que los soldados de la Patria no podían dejar de oír'. Millar prefiere ignorar que el golpe del 73 no fue una obra altruista, sino la arremetida de una facción que optó por la violencia para recuperar sus prebendas.
Don Walterio Millar falleció en 1978. Colaboradores anónimos (uso el plural porque desconozco quién lo hizo) agregaron apéndices que aluden al golpe de estado y a los gobiernos que lo sucedieron. Escribieron: 'Allende no se acogió a las garantías de seguridad personal ofrecidas'. Los agregados atarearon mucho a los colaboradores pues obviaron la conocida orden proferida por Pinochet a Carvajal: 'Entonces hay que estar listo para actuar sobre él. Más vale matar la perra y se acaba la leva, viejo'. Los herederos de don Walterio no pueden abogar ignorancia de ese comentario, porque la última edición de su historia data del 2000, y el libro de Patricio Verdugo, donde consta la transcripción del refinado lenguaje del nuevo zar, fue impreso en 1998.
Hay ciertas evidencias que Millar no entendió: la patria es una abstracción, queremos que sea algo concreto, pero solo damos con individuos y símbolos, que suelen denigrar a fetiches. El amor a la patria es, pues, el amor y el respeto a los individuos. Eso es imposible en alguien que propugna que es lícito que el Estado persiga y asesine a personas para erguir un país.
Una última aserción: hablando de Valdivia, en la página 71 enseña: '(...) y resolvió tentar una segunda expedición a este austral país'. Ahora Millar inadvierte que en aquella época Chile no era un país sino un territorio (Parra escribió esa sospecha en un poema).
Sigo leyendo la historia de Millar. Mis años la han situado a la altura de lo que es: una curiosidad superada.
Me están castigando
Anteriormente mencioné a las iglesias católicas de Ucrania y Armenia, cuando en realidad debería haber dicho Ucrania y el Libano. Esta ha sido una advertencia de Benedicto XVI. Luego, en entrada anterior cité a Steicher, cuando en realidad el deleznable calvo respondía al nómine de Streicher. La advertencia proviene ahora del contingente de la doble s. Como ven, las almas de los aludidos están atareadas con la corrección de los nombres. Esa es la ventaja de los dualistas, que tienen a mano siempre explicaciones de este tipo y desdeñan algo tan prosaico como atribuir estos deslices a las coincidencias.
sábado, 19 de abril de 2008
La cima y la sima de Germania
Beethoven, Mozart, Fassbinder, Goethe, Quantz, Einstein, Dürer, Grünewald, C.P.E.Bach, J.S.Bach, Freud, Mendel, Lichtenberg, Hegel, Nietszche, Händel, Pachelbel, J.C.Bach, Hasse, Brecht, Witz, Luxemburgo, Gutemberg, F.J.Hayd, M. Haydn, Herzog, Kinski, Schygulla...
Kaltenbrunner, Heydrich, Hitler, Göring, Goebbels, Mengele, I. Koch, Hess, Höss, Frank, von Ribbentrop, Barbie, Eichmann, Himmler, Dirlewanger, Bormann, Kramer, Steicher, Klein, Grese...
La cima y la sima de Germania.
Kaltenbrunner, Heydrich, Hitler, Göring, Goebbels, Mengele, I. Koch, Hess, Höss, Frank, von Ribbentrop, Barbie, Eichmann, Himmler, Dirlewanger, Bormann, Kramer, Steicher, Klein, Grese...
La cima y la sima de Germania.
sexta-feira, 18 de abril de 2008
Nueva fe de errata
En la entrada anterior escribí 'podofilia' en lugar de 'pedofilia'. Mis excusas, pues el comentario no tiene nada que ver con el amor a los pies.
El Papa en EE.UU
Aprovechando su viaje a un país extrañamente cristiano, el Papa ha lamentado las prácticas de podofilia que erosionan al clero y se ha enternecido con las víctimas.
Algunos no han tardado en pronunciar el celibato como uno de los principales gatillos de esta felonía. Las iglesias católicas de Ucrania y de Armenia desestimaron el celibato, que el catolicismo atribuye a una necesidad propugnada por Jesús, por un motivo obvio: hiere la naturaleza humana. En sus dogmas, la iglesia romana aduce sin cortapisas ni comentarios el respeto a la vida. Que yo sepa nunca ha mencionado el respeto a la calidad de la vida. Es secundario que alguien sufra pues lo importante es que viva. La iglesia romana declara que en las células embrionarias hay alma, y que es potencialmente un ser humano, pero dios no vacila un instante en promover ingentes cantidades de abortos espontáneos. Voy a adscribirme a la cabeza de los teólogos: el celibato impide que el hombre procrea, de donde se colige que el sacerdote es un individuo voluntariamente estéril, siendo estéril no da hijos, en consecuencia, el celibato es una variante, algo retorcida reconozco, del aborto. Me baso en la etimologóía, pues aborto significa no nacido. Peor aun, el celibato cercena el deseo de generar hijos.
Leí en algún lugar que el actual papa defendió el remoto juicio contra Galileo. Frente a estas evidencias no me caben más comentarios. Cuando padezco de estas realidades me entran ganas de leer a Sade.
Algunos no han tardado en pronunciar el celibato como uno de los principales gatillos de esta felonía. Las iglesias católicas de Ucrania y de Armenia desestimaron el celibato, que el catolicismo atribuye a una necesidad propugnada por Jesús, por un motivo obvio: hiere la naturaleza humana. En sus dogmas, la iglesia romana aduce sin cortapisas ni comentarios el respeto a la vida. Que yo sepa nunca ha mencionado el respeto a la calidad de la vida. Es secundario que alguien sufra pues lo importante es que viva. La iglesia romana declara que en las células embrionarias hay alma, y que es potencialmente un ser humano, pero dios no vacila un instante en promover ingentes cantidades de abortos espontáneos. Voy a adscribirme a la cabeza de los teólogos: el celibato impide que el hombre procrea, de donde se colige que el sacerdote es un individuo voluntariamente estéril, siendo estéril no da hijos, en consecuencia, el celibato es una variante, algo retorcida reconozco, del aborto. Me baso en la etimologóía, pues aborto significa no nacido. Peor aun, el celibato cercena el deseo de generar hijos.
Leí en algún lugar que el actual papa defendió el remoto juicio contra Galileo. Frente a estas evidencias no me caben más comentarios. Cuando padezco de estas realidades me entran ganas de leer a Sade.
sexta-feira, 11 de abril de 2008
Fe de errata
En un comentario anterior aludí al libro de Musil El hombre sin atributos. Pero en la entrada figura como Un hombre sin atributos, con artículo indefinido. El primer contacto que tuve con Musil fue con el libro Opinión, que transité con 18 años. No he vuelto a ver ese ejemplar. Mi memoria porfía en no aclarar si al largo relato central lo secundaban piezas menores. Recuerdo que como trama poco ocurría, era más bien una detenida descripción sobre una escena doméstica. La traducción no fue funcional , porque quedé encantado con la prosa. Muchos años después, frente a ningún pelotón de fusilamiento, abordé El joven Törless, que es una metáfora del nazismo.
Pese a los antecedentes, pese a mi aprecio por Musil, erré en el título de su obra capital, aun contando con un ejemplar frente a mí. Esta es una secuela del tema que perpetré en mi disertación de magíster. En ella analicé con rebatible gloria el artículo definido en español. Me guió una señora de ascendencia nipónica que se empeñaba en rebasar mi estudio de variopintas teorías y conceptos.
La lingüística se mueve en una área ajedrezada. Musil, no. De ahí el grato recuerdo que me provoca el nervio de su prosa .
Pese a los antecedentes, pese a mi aprecio por Musil, erré en el título de su obra capital, aun contando con un ejemplar frente a mí. Esta es una secuela del tema que perpetré en mi disertación de magíster. En ella analicé con rebatible gloria el artículo definido en español. Me guió una señora de ascendencia nipónica que se empeñaba en rebasar mi estudio de variopintas teorías y conceptos.
La lingüística se mueve en una área ajedrezada. Musil, no. De ahí el grato recuerdo que me provoca el nervio de su prosa .
quinta-feira, 10 de abril de 2008
¿Qué será ahora de Virgilio?
Entre otras muchas y bien conocida cualidades, Virgilio fue un hombre servicial. Al menos esa es la fama que perpetuó Dante. Virgilio salió del Limbo, que era antesala del Infierno, para acompañarlo por el macabro intinerario. Pero ahora una premiosa comisión teológica, avalada por el Papa, concluyó que el Limbo en verdad no existe. De hoy en adelante los bebés y los no bautizados pueden respirar tranquilos porque por edicto de la iglesia de Roma ya no se van al Infierno, como quería San Agustín, sino que pasan directamente a manos de Dios, que bien sabrá qué hacer con sus almas. El poder de los teólogos es vertiginoso. Lo que nunca fue doctrina de la iglesia, ahora se elimina tras meses de deliberaciones exhaustivas, apoyados en pruebas incontestables, porque a fin de cuentas la fe es la quintaesencia de las pruebas. Yo admiro ese poder de especulación de la iglesia. Pero ahora me preocupa el devenir del alma de Virgilio.
Dante habría tenido que modificar el cuarto canto de su Comedia.
Dante habría tenido que modificar el cuarto canto de su Comedia.
segunda-feira, 7 de abril de 2008
Los creacionistas
Aplicaré un silogismo. Dawlin Ureña es un pastor. Los pastores enseñan. Quien enseña es inteligente. Ergo: el pastor Dawlin Ureña es inteligente.
Creo que hay algo de inadecuado en la aplicación de los silogismos. Nuestra lógica, y también nuestra esperanza, nos quieren convencer de que los 'ergos' son irrebatibles. Pero la realidad, que es terca y constante, insiste en orear evidencias beligerantes.
El pastor Ureña recusa la idea de que haya habido evolución en la tierra. Me han dicho que no, pero tal vez no sean tan pocas las personas que están convencidas del Hexaemerón, de la existencia física del Paraíso, de la historicidad de Caín, Adán o Noé. Yo preferiría apostar que estas piadosas gentes nunca supieron de Prometeo (con muchas más luces que Adán) o de Utnapistin. Si para los creacionistas esa es la verdad, entonces me es lícita la veneración a Gilgamesh.
Los creacionistas no titubearían en afirmar que el verde de las plantas deriva de un proceso que no es la fotosíntesis.
Dawlin Ureña cita con la misma propiedad a científicos y a libros de la Escritura. Es, por lo tanto, una persona culta. Entre sus observaciones consta está interrogante: ¿Dónde introdujo Noé a un dinosaurio que pesaba 200.00 libras? Esta inquietación pastoral me otorga autoridad para inquirir esta otra duda: ¿cuál era el número exacto de plumas de los cuervos de Wotan?
Yo he dialogado con creacionistas. Su charla es preciosa, especialmente durante los períodos de desertificación creativa.
Pese a su valor, yo prefiero quedarme con el creacionismo de Huidobro.
Creo que hay algo de inadecuado en la aplicación de los silogismos. Nuestra lógica, y también nuestra esperanza, nos quieren convencer de que los 'ergos' son irrebatibles. Pero la realidad, que es terca y constante, insiste en orear evidencias beligerantes.
El pastor Ureña recusa la idea de que haya habido evolución en la tierra. Me han dicho que no, pero tal vez no sean tan pocas las personas que están convencidas del Hexaemerón, de la existencia física del Paraíso, de la historicidad de Caín, Adán o Noé. Yo preferiría apostar que estas piadosas gentes nunca supieron de Prometeo (con muchas más luces que Adán) o de Utnapistin. Si para los creacionistas esa es la verdad, entonces me es lícita la veneración a Gilgamesh.
Los creacionistas no titubearían en afirmar que el verde de las plantas deriva de un proceso que no es la fotosíntesis.
Dawlin Ureña cita con la misma propiedad a científicos y a libros de la Escritura. Es, por lo tanto, una persona culta. Entre sus observaciones consta está interrogante: ¿Dónde introdujo Noé a un dinosaurio que pesaba 200.00 libras? Esta inquietación pastoral me otorga autoridad para inquirir esta otra duda: ¿cuál era el número exacto de plumas de los cuervos de Wotan?
Yo he dialogado con creacionistas. Su charla es preciosa, especialmente durante los períodos de desertificación creativa.
Pese a su valor, yo prefiero quedarme con el creacionismo de Huidobro.
domingo, 6 de abril de 2008
Por qué no terminar de leer un libro
Yo no sé cómo me nació la disciplina, pero cierto día descubrí que nunca había interrumpido la lectura de un libro. Entonces recordé los episodios fastidiosos, las páginas trémulas, las tramas incomprensibles que yo voluntariamente me había decidido a digerir. Pero esto último no pasaba de una suposición, porque no es posible digerir una página farragosa. Desde entonces me determiné a interrumpir un libro cuando lo ameritara la falta de atributos o se impusiera el tedio. El primer libro que abandoné fue Vida y opiniones del caballero Tristan Shandy, de Lawrence Sterne. Sé que Sterne preparó el camino de la literatura del siglo XX, sé que es un modelo de ironía y de vanguardia técnica, pero sus méritos, para mí, no se sobreponen a esta evidencia: es un libro temerariamente tedioso. A este fracaso debo añadir la derrota parcial que me impuso Ulises. Joyce, coterráneo de Sterne, ensaya las novedades técnicas de su herencia. Es un libro al que nadie accede de manera virginal. Lo antecede su fama de libro abstruso, disperso. Creo que la mayor dificultad de entrar en él es la de abandonar el hábito de los argumentos que nos legó la literatura del XIX. No abandoné Ulises, pero me abstuve de muchas de sus páginas. Pero creo que esta amputación premeditada no interfirió en el resultado final, pues al clausurarlo comprobé que ciertamente es un libro boscoso y descomunal. Un aburrimiento similiar me lo imprimieron algunas páginas de Paraíso perdido.
Ahora observo que estas aventuras inconclusas o conclusas a medias provienen de la literatura en lengua inglesa. Pero esto no pasa de una coincidencia, pues el mismo riesgo de abandono, en el que no incurrí, me acechó cuando leí Fausto.
En los casos citados, mis desistencias, mi tedio activo y forcejeado se debe a mi preparación deficiente, sin duda. Arribo a mi última desistencia, que atribuyo ahora a la falencia del creador. Se trata de un libro que circuló mucho cuando yo daba clases en los aletargados liceos de Santiago. Siempre rehuí la lectura de Francisco, yo te amo. Reconozco que me interfirió el currículo de Rosasco, uno de los pocos escritores que abrazó a la dictadura. Los años limaron ese prejuicio y lo enfrenté. No sé si lo leí, creo que más bien lo recorrí. A poco andar noté que el lenguaje supuestamente juvenil era matemático y cursi. La historia de un chico urbano que se enamora de una muchacha poco convencional, una circense. Las pocas páginas no impidieron mi tedio casi inaugural. Lamentando las páginas que aún me aguardaban me atreví a solo mordisquear las sucesivas. La lectura aleatoria de párrafos y su final diagnosticable me dejó esta constatación: Rosasco es un escritor oportunista, preocupado de crear un libro adecuado a la política oficial de 'no causar problemas'. Aquí incide el tedio que provoca: su tensión es previsible, no hay nervio, profundidad ni entrega . Es un libro que sigue claramente una fórmula de corrección. Su sintaxis es cuidada, a veces acierta en los adjetivos, pero carece de pasión. Quien lo abandona no lo hace por peso de su originalidad o la incomprensión de su novedad. Quien lo hace sabe que ha atestiguado el peor pecado de un artista: ser anodino.
Tengo en mi biblioteca el inmenso volumen 'Un hombre sin cualidades'. Si sus páginas algún día me derrotan sabré que tengo mucho que aprender.
Ahora observo que estas aventuras inconclusas o conclusas a medias provienen de la literatura en lengua inglesa. Pero esto no pasa de una coincidencia, pues el mismo riesgo de abandono, en el que no incurrí, me acechó cuando leí Fausto.
En los casos citados, mis desistencias, mi tedio activo y forcejeado se debe a mi preparación deficiente, sin duda. Arribo a mi última desistencia, que atribuyo ahora a la falencia del creador. Se trata de un libro que circuló mucho cuando yo daba clases en los aletargados liceos de Santiago. Siempre rehuí la lectura de Francisco, yo te amo. Reconozco que me interfirió el currículo de Rosasco, uno de los pocos escritores que abrazó a la dictadura. Los años limaron ese prejuicio y lo enfrenté. No sé si lo leí, creo que más bien lo recorrí. A poco andar noté que el lenguaje supuestamente juvenil era matemático y cursi. La historia de un chico urbano que se enamora de una muchacha poco convencional, una circense. Las pocas páginas no impidieron mi tedio casi inaugural. Lamentando las páginas que aún me aguardaban me atreví a solo mordisquear las sucesivas. La lectura aleatoria de párrafos y su final diagnosticable me dejó esta constatación: Rosasco es un escritor oportunista, preocupado de crear un libro adecuado a la política oficial de 'no causar problemas'. Aquí incide el tedio que provoca: su tensión es previsible, no hay nervio, profundidad ni entrega . Es un libro que sigue claramente una fórmula de corrección. Su sintaxis es cuidada, a veces acierta en los adjetivos, pero carece de pasión. Quien lo abandona no lo hace por peso de su originalidad o la incomprensión de su novedad. Quien lo hace sabe que ha atestiguado el peor pecado de un artista: ser anodino.
Tengo en mi biblioteca el inmenso volumen 'Un hombre sin cualidades'. Si sus páginas algún día me derrotan sabré que tengo mucho que aprender.
sexta-feira, 4 de abril de 2008
A propósito de Tennyson
Lord Tennyson concibió un poema que llamó The charge of the light Brigade. En él cita a un batallón de 600 soldados que deben cumplir con la beligerancia sin cuestionar ni razonar nada. ¿Quién podría imputarle homicido a esa gente?, ¿quién podría, años más tarde, enrostrarles crímenes si las guerras están para perpetrar crímenes?. Tennyson entiende que esa violencia comporta heroísmo, y aun sin predicarlo, deja entender que la obediencia absoluta es imprescindible en esta cólera aprendida que es el ejército.
Un abogado, Juan Carlos Manns, en cuyo currículo consta la defensa de los derechos del otrora todopoderoso Manuel Contreras, se ha comprometido con la defensa de los derechos de militares que están siendo procesados por violaciones a los derechos humanos. El argumento de defensa es el llamado 'obediencia debida', que dicta que todo militar debe obedecer sin contrariedades las órdenes superiores. Es la justificación que alegaron los grisáceos Eichmann y Höss. Un ejército debe su cohesión, atributo imprescindible en una guerra, a la obediencia de sus estratos. Cuestionar, desobedecer, son crímenes en la jerarquizada polis marcial.
En mi país, recuerdo, muchos adherían a las filas para hacer una carrera. Para muchos padres, el ejército era la oportunidad para enderezar la vida de sus hijos. Puedo entender esta opción, pero la zozobra económica no es un atenuante para justificar al que actúa en conciencia. No se espera que un padre católico lamente el celibato porque antes de asumirlo ya sabe lo que deja.
Un candidato sabe que al entrar al ejército no deberá cuestionar y que su capacidad de reflexión menguará conforme los grados. Queda, empero, el caso de los conscriptos obligados a alistarse. Esta es una categoria triste y solo cabe en países de barbarie disimulada. Yo pude ser uno de esos cabos. Yo pude haber padecido las prácticas de cuartel, pude haber conocido de cerca una estupidez de inmejorable calidad.
Se me ha presentado casi una disyuntiva: ¿sería yo capaz de defender a alguien tan deleznable como un militar? Pero he corregido a tiempo este dilema. Solo abogaría, y en circunstancias claramente indagadas y esclarecidas, a los que no tuvieron más remedio que alistarse.
Tennyson admira el brío del batallón. Yo prefiero perpetuar mi admiración por Costa Rica y por Islandia.
Un abogado, Juan Carlos Manns, en cuyo currículo consta la defensa de los derechos del otrora todopoderoso Manuel Contreras, se ha comprometido con la defensa de los derechos de militares que están siendo procesados por violaciones a los derechos humanos. El argumento de defensa es el llamado 'obediencia debida', que dicta que todo militar debe obedecer sin contrariedades las órdenes superiores. Es la justificación que alegaron los grisáceos Eichmann y Höss. Un ejército debe su cohesión, atributo imprescindible en una guerra, a la obediencia de sus estratos. Cuestionar, desobedecer, son crímenes en la jerarquizada polis marcial.
En mi país, recuerdo, muchos adherían a las filas para hacer una carrera. Para muchos padres, el ejército era la oportunidad para enderezar la vida de sus hijos. Puedo entender esta opción, pero la zozobra económica no es un atenuante para justificar al que actúa en conciencia. No se espera que un padre católico lamente el celibato porque antes de asumirlo ya sabe lo que deja.
Un candidato sabe que al entrar al ejército no deberá cuestionar y que su capacidad de reflexión menguará conforme los grados. Queda, empero, el caso de los conscriptos obligados a alistarse. Esta es una categoria triste y solo cabe en países de barbarie disimulada. Yo pude ser uno de esos cabos. Yo pude haber padecido las prácticas de cuartel, pude haber conocido de cerca una estupidez de inmejorable calidad.
Se me ha presentado casi una disyuntiva: ¿sería yo capaz de defender a alguien tan deleznable como un militar? Pero he corregido a tiempo este dilema. Solo abogaría, y en circunstancias claramente indagadas y esclarecidas, a los que no tuvieron más remedio que alistarse.
Tennyson admira el brío del batallón. Yo prefiero perpetuar mi admiración por Costa Rica y por Islandia.
domingo, 30 de março de 2008
Dios existe
Camino tres kilómetros. Al subir un repecho trastabillo y me lastimo una rodilla. Al caer rueda por la tierra la llave de mi casa. No recuerdo si cerré la puerta. Desando los tres kilómetros. La puerta estaba abierta. No creo en las coincidencias. Ergo: Dios existe.
Dios no existe 2
Génesis 3, 8-13.
Dios es omnisciente. Un ser omnisciente todo lo sabe. Dios interroga a Adán: ¿Dónde está? - ¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? - ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer? - ¿Y por qué lo has hecho? Un ser omnisciente no hace preguntas.
Ergo: Dios no existe.
Dios es omnisciente. Un ser omnisciente todo lo sabe. Dios interroga a Adán: ¿Dónde está? - ¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? - ¿Has comido acaso del árbol del que te prohibí comer? - ¿Y por qué lo has hecho? Un ser omnisciente no hace preguntas.
Ergo: Dios no existe.
Dios no existe 1
Mateo escribe un evangelio. La Iglesia cree en el evangelio. La Iglesia le atribuye inspiración divina al evangelio. La Iglesia incorpora a la Biblia el evangelio. La inspiración divina proviene de Dios. Dios no se equivoca. Mateo (27, 9-10) dice que se cumplió el oráculo del profeta Jeremías. El oráculo no era de Jeremías sino de Zacarías. Mateo se ha equivocado. La inspiración divina se ha equivocado. Dios no puede ser falible. Ergo: Dios no existe.
segunda-feira, 24 de março de 2008
La ciencia y los ángeles
Mi desconcierto linda con el espasmo. Un eminente científico que atiende al nombre de Abel Calle nos ha revelado uno de los mayores portentos de nuestra era: la fotografía del vuelo de un ángel. Abel Calle es experto en teledetección a través de satélites. En cierta ocasión fotografió una región situada al sur de Canarias. Donde el ojo escéptico y mal intencionado solo atina a distinguir nubarrones, la aplicación de Calle detecta nada más y nada menos que la estela dejada por un ángel. Era la evidencia científica que quita a los ángeles para siempre del ignominioso redil de la mitología. "La humanidad ha perdido el tiempo en encontrar soluciones a cosas tan absurdas y carentes de sentido como la ciencia, el arte, el estado del medio ambiente, la capa de ozono y el misterio de la santísima trinidad, cuando se debería haber invertido todo ese tiempo y amalgama de conocimientos en averiguar más detalles de esos seres tan desconocidos: los ángeles" son palabras suyas. Cualquier persona medianamente instruida debería reconocer que buscar una vacuna contra el sida, interpretar una película de Pasolini, o crear políticas racionales de preservación ambiental son meras fruslerías. Otras son las prioridades: el olor de los Tronos, la lengua de los Arcángeles, la estatura promedio de los Principados o el color de los ojos de Serafines y Querubines.
Ahora no puedo mirar al cielo sin sospechar que los nimbos tal vez fueron producidos por el tránsito de una entidad piadosa. Debo vencer el miedo y consagrar una confesión. Ayer vi un rastro blanco en el cielo. Siguiendo el consejo de Abel Calle desestimé que fuera la huella de un bimotor, y fui más allá: vi, lo aseguro, un rastro heredado de los pies de Mercurio. Sé que me expongo a que me tilden de pagano, pero la verdad siempre debe imponerse.
Ahora no puedo mirar al cielo sin sospechar que los nimbos tal vez fueron producidos por el tránsito de una entidad piadosa. Debo vencer el miedo y consagrar una confesión. Ayer vi un rastro blanco en el cielo. Siguiendo el consejo de Abel Calle desestimé que fuera la huella de un bimotor, y fui más allá: vi, lo aseguro, un rastro heredado de los pies de Mercurio. Sé que me expongo a que me tilden de pagano, pero la verdad siempre debe imponerse.
domingo, 23 de março de 2008
El idioma de los ángeles
La Semana Santa suele regalarme con un ánimo propicio para la indagación. Dado que muchos católicos emulan el generoso espíritu de Hesíodo, no es de extrañar que los ángeles y su incontestable jerarquía se domicilien con poderosa convicción en el mapa de sus creencias. Es probable que muchos de ustedes ignoren cómo es el idioma de los ángeles. Pues bien, creo haber encontrado la solución para este enigma. Antes debo prologar algunos comentarios. Me ayudan las serviciales informaciones de un señor llamado Miguel Ángel Arcel que escribe en un sitio especializado sobre ángeles. Ahí consta que para invocar a un ángel no hace falta saber su nombre. Basta que el solicitante musite cualquier nombre y el convocado vendrá. Arcel no explica cómo hace el ángel en cuestión para saber que no es otro el invocado, de lo que podemos sospechar que los ángeles están premunidos de omnisciencia. Esta comunicación no es física, pues sería deleznable que entidades celestiales amasaran recursos terrestres. Su lenguaje no pertenece a este mundo, pero puede ser decodificado por cualquier ser humano, independiente de la lengua que utilice. Lo que ocurre, se explaya Arcel, es que la percepción no pasa por el oído. Reproduzco literalmente sus palabras: "Se activa un centro energético que está en la coronilla de la cabeza, también llamada Chacra de la corona y tiene su relación física con la glándula pituitaria" Estas aserciones científicas son evidencias suficientes de la realidad de lo descrito y ponen en entredicho los rebates de los escépticos.
Si pudiéramos oír el lenguaje angelical percibiríamos una masa informe de consonantes desprovistas de vocales.
Estas contribuciones de Arcel no me han dejado indemne. Por ello he meditado sobre el asunto, y después de inquirir muchas páginas sobre la materia, se me ha concedido la siguiente revelación: los ángeles hablan polaco. Szczecin y Bydgoszcz son nombres de localidades. La presencia de vocales no rebaja mi descubrimiento, pues los ángeles las pronuncian de manera tan cerrada que prácticamente amputan su dicción. Creo que Arcel no había notado este detalle tan central. Agrego esta otra prueba, también incontestable: La traducción polaca de Día de todos los Santos es Wszystkich Swietych. La erosión vocálica da el siguiente resultado: wszstkchswtch. Obsérvese, además, que esta efeméride remembra precisamente a colegas de los ángeles, lo cual es utilísimo para refutar cualquier intento de negación del idioma de los ángeles.
Espero sinceramente haber complementado las indagaciones de Miguel Ángel Arcel. Asimismo, cuento que estas informaciones despejen las dudas que ustedes arrastraban sobre este añoso dilema.
Si pudiéramos oír el lenguaje angelical percibiríamos una masa informe de consonantes desprovistas de vocales.
Estas contribuciones de Arcel no me han dejado indemne. Por ello he meditado sobre el asunto, y después de inquirir muchas páginas sobre la materia, se me ha concedido la siguiente revelación: los ángeles hablan polaco. Szczecin y Bydgoszcz son nombres de localidades. La presencia de vocales no rebaja mi descubrimiento, pues los ángeles las pronuncian de manera tan cerrada que prácticamente amputan su dicción. Creo que Arcel no había notado este detalle tan central. Agrego esta otra prueba, también incontestable: La traducción polaca de Día de todos los Santos es Wszystkich Swietych. La erosión vocálica da el siguiente resultado: wszstkchswtch. Obsérvese, además, que esta efeméride remembra precisamente a colegas de los ángeles, lo cual es utilísimo para refutar cualquier intento de negación del idioma de los ángeles.
Espero sinceramente haber complementado las indagaciones de Miguel Ángel Arcel. Asimismo, cuento que estas informaciones despejen las dudas que ustedes arrastraban sobre este añoso dilema.
sábado, 22 de março de 2008
Pintura abstracta
Hablando de pintura, quisiera comentar una anécdota que viene a colación para una evidencia que quisiera compartir. En cierta ocasión, una persona de cuyo nombre no debo acordarme, le pidió a mi padre que le pintara un cuadro abstracto. Mi Padre, solícito, le confió algunas reproducciones de Pollock, Rothko y no recuerdo quién más para extraer algún modelo. La persona, consternada, le comentó: "No, no, esos cuadros no. Yo quiero algo así". Los cuadros que apuntaba con el dedo eran reproducciones de, creo, Gainsborough. La consternación cambió ahora de dueño. Mi padre prefirió no replicarle nada y continuó desvelándole otras muestras de pintura "abstracta".
Yo sigo viendo y reviendo cómo ese arte, que quiso ser el más honesto de todos, insiste en revivir en salas de hospital, consultorios, escuelas, municipalidades o agencias de viaje, siempre en pasillos, casi siempre resguardados por vidrios y enmarcados en tonos pastel. Es invariable: las muestras que menciono son siempre brochazos rápidos, con una clara tendencia al amarillo o al rojo aguado. No logro llamar arte a estas muestras. Se nota que se limitan a cumplir requisitos, a no crear discordias, a portarse bien con la pared, con los muebles. Son el equivalente pictórico de las plumas en la almohada. Estas telas, constátenlo, son siempre ignoradas, nunca ganan comentarios ni público, nunca nadie las ve. He comprobado esta merecida realidad como si acometiera una especie de ejercicio. Estas telas no difieren en nada de la inspiración que puede promover, por ejemplo, una persiana, a pesar de que, convengamos, esta última suele ser bastante más servicial.
Yo sigo viendo y reviendo cómo ese arte, que quiso ser el más honesto de todos, insiste en revivir en salas de hospital, consultorios, escuelas, municipalidades o agencias de viaje, siempre en pasillos, casi siempre resguardados por vidrios y enmarcados en tonos pastel. Es invariable: las muestras que menciono son siempre brochazos rápidos, con una clara tendencia al amarillo o al rojo aguado. No logro llamar arte a estas muestras. Se nota que se limitan a cumplir requisitos, a no crear discordias, a portarse bien con la pared, con los muebles. Son el equivalente pictórico de las plumas en la almohada. Estas telas, constátenlo, son siempre ignoradas, nunca ganan comentarios ni público, nunca nadie las ve. He comprobado esta merecida realidad como si acometiera una especie de ejercicio. Estas telas no difieren en nada de la inspiración que puede promover, por ejemplo, una persiana, a pesar de que, convengamos, esta última suele ser bastante más servicial.
Este cuadro es de mi Padre y se llama "El árbol del bien y del mal". Es uno de mis preferidos y creo que ilustra de buena manera el contenido del relato "El Hospital".
Los símbolos del Tarot son meramente ilustrativos, no se vaya a creer que en casa tenemos aficiones esotéricas, que para mí son más bien exotéricas.
terça-feira, 18 de março de 2008
El Hospital
Un amplio patio central rodeado geométricamente por limoneros obliga a pensar que en algún momento de su historia el nosocomio cumplió funciones distintas, tal vez adversas, de las que ahora compagina. En el atrio pueden caber doscientas personas sin tocarse; los doce poyos laterales nunca han sido pintados y todavía pregona resabios de pudorosa publicidad provinciana; los muros que lo cercan elevan galerías verticales de quince ventanas de ángulos consagrados por barrotes inviolables que publican la desesperación de muchas manos anónimas; la baldosa es ajedrezada, tiende al gris y se diría ajena al tiempo a no ser por surcos regulares que al observarlos bien se entiende que los fomentaron pasos rutinarios, mansos y constantes. No hay otra vegetación que las hojas caídas; la parsimonia o el desdén han inventado una costra vegetal de ramas pisoteadas, bichos apelmazados y limones humillados. Una cañería plomiza sube por la arista norte del patio. Hubo un tiempo en que la treparon las hordas que escapaban de las salas de experimentación del segundo piso, en cuyos anchos pasillos aún perturban el paso las muchas y dispersas herramientas arrojadas por las arsenaleras de turno. La luz roja que denunciaba el inicio de las experiencias ha quedado inmovilizada en un perpetuo brillo mortecino. La sala ya no ostenta los cientos de muestras extraídas bajo la promesas siempre incumplidas de libertad; restan, en cambio, todos los folios que transcribieron las disecciones. Algunas páginas se jactan de la seriedad de los emprendimientos e incurren en detalles inoficiosos sobre lo que se entendía por convicción científica, como dejar huir los cuerpos que se arrojaban por las ventanas, caían por la escalera y se apropiaban del atrio en busca de la tubería que no desemboca en calle alguna.
Las paredes del patio han sido sucesivamente pintadas de matices claros. Una de las remociones de la tinta dejó ver que la capa más profunda en algún momento fue roja. El inesperado tono reafirmó la sospecha de que el hospital cumplió otros oficios. La idea prosperó cuando comentaron que el tipo de surcos que domina el pavimento pudo resultar de una punición y no de un ejercicio clínico.
El rojo de la pintura tiende a ennegrecer con los días. Por precaución, se han extraído muestras suficientes para llenar un balde. Expuestas a la luz, la tonalidad se irisa. Al atardecer, cuando el primer viento cobra las hojas apelmazadas, la sensación es de que el rojo bulle, y que emite una frágil huella de incandescencia. De hecho, al tocarla se corre el riesgo de contraer quemaduras de primer grado. Con el tiempo la muestra ha ido disminuyendo. Se ha observado que pasado un mes la pintura se seca por completo, y que entonces se desvanece al mínimo contacto. El bermejo entra en la piel de los curiosos y se deposita para siempre en una sangre fresca y distinta de la que es oriunda.
La sala de espera del hospital carece de sillas, mesones y revisteros. En su lugar hay asientos irregulares con unas cintas diagonales que indican el tipo de enfermedad que padecen los pacientes que aguardan a su alrededor. Una de ellas ostenta un gris azulado sobre el que se han escrito sentencias muy poco convencionales en idiomas divergentes. Algunos denuncian la pésima atención de las enfermeras. Otros lamentan la excesiva distancia social que imponen los médicos. Uno de ellos habla de una larga sesión de hipnosis a que alguien fue sujeto en la primera consulta; la letra es borrosa y parece típica de un zurdo. Parece una acusación, pero el trazo se interrumpe al inicio de la tercera frase. Las dos primeras son ilegibles, algunas letras pueden ser tanto una H como un B, pero esta suposición es lábil y puede incitar sospechas y descréditos gratuitos e innecesarios. Por lo demás, a nadie parece importarle demasiado este riesgo, pues aquella cinta diagonal no ha sido retocada desde su instalación.
La escasez de mesones y de una recepción organizada ha premunido al hospital de un sistema de llamados basados en la suposición. El paciente ingresa al centro y deambula libremente por los pasillos hasta dar con un funcionario que azarosamente le entrega una ficha en blanco en la que debe hacer constar el apellido paterno. La primera de las muchas suposiciones en que se asienta el sistema es que el enfermero conducirá al aquejado al médico pertinente porque no existe diálogo con el paciente. Algunos desavisados han llegado a cursar por días los ramificados corredores de la instalación y hasta han encontrado en el trayecto el paso cansino de los sonámbulos permanentes, un grupo de dolientes terminales (la cifra exacta no se puede determinar, pero es posible aventurar el número quince) que a base de terapias orientales ha logrado conciliar el sueño y la vigilia. Como despertarlos significa su muerte, transitan con una escarapela amarilla visible en uno de los hombros.
La segunda suposición es que los diagnósticos deben ser los idóneos, pues los especialistas respetan la tradición de no interrogar al afectado. Toman la precaución de no transgredir la observancia de silencio mediante la expedición de recetas escritas con caracteres reconocibles y ornamentados. La elaboración de uno de estos documentos puede demorar una hora o más. La tercera y última suposición que debe mascullar el paciente es que el especialista posee una formación académica plausible. Se sabe de al menos cuatro casos de impostores que en un período inferior a tres años han burlado sin grandes óbices el sistema de selección de personal.
Los sonámbulos difícilmente llegan a transitar por el pasillo nueve del cuarto piso. Es un amplio y frío corredor de paredes verdosas, cornisas jaspeadas y cuadros abstractos sin ningún valor. Los veinte asientos laterales no han sido barnizados y su ventana final ofrenda un vitral acuoso y azulado del martirio de Jesús. No hay consenso en cuánto tiempo se lo puede atravesar. Se han propuesto cifras desiguales de treinta, catorce, cinco y hasta cuarenta minutos. Esta irregularidad se ha hecho más visible a medida que el número de pacientes y visitas decrece. Si una persona entra en el corredor saldrá de él sin saber siquiera su nombre. El olvido comienza siendo esporádico y momentáneo, pero hoy en día se ha vuelto vitalicio. Quienes saben del riesgo han llegado a sugerir el paso de enfermos irrecuperables y hasta de gente considerada indeseable. Por algún motivo las autoridades se han negado a cerrar el acceso al corredor y han prohibido la fijación de cualquier tipo de advertencia que delate su peligro.
Al otro lado del pasillo hay una alta repisa de madera bien terminada convenientemente exornada con espejos tallados y dorados. El interior cataloga una nutrida corporación de frascos oscuros cuyos rótulos amarillos poco o nada informan del contenido. En su mayoría son ponzoñas de arañas y ofidios de los sitios aledaños. Hay una serie cuantiosa, aunque repetitiva, de anestésicos de variada calidad y de ácidos dispersos a medio usar. El mueble nunca se cierra. Sus anchas puertas prescinden de manillas y para abrirla se emplea la maña de dar un golpecito en la parte baja del lado izquierdo. No existe vigilancia ni nadie sabe orientar sobre los contenidos. De hecho son pocos los que han solicitado sus frascos inertes o su arsenalería desfasada. Cuando algún médico ha errado en la composición ha sido indultado pues no se concibe que un profesional lleve la culpa por el descuido ajeno. Ha habido protestas episódicas para erradicar el material del gabinete. Gracias a la última querella se promulgó que un estante así favorece, o puede favorecer, la aniquilación involuntaria de personas inocentes. Hubo aplausos y festejos en las dependencias del hospital. Pero al día siguiente y durante los años que siguieron el estante continuó anclado en su frío y denotativo rincón ajedrezado.
Cada piso de la instalación es iluminado de una manera diferente. El octavo, por ejemplo, refleja una luz confusamente amarilla resultado de las innumerables hornacinas católicas que los deudos de pacientes graves han fijado en el curso de las décadas. Por sanción oficial, los cirios que veneran a los santos de la compasión no deben apagarse nunca. Esta medida ha generado malestar entre los visitantes ocasionales, y aun en aquellos que han entendido que el nosocomio es un depositario de inutilidades humanas. Así lo acreditan los recados anónimos que en algún momento llegaron a tapizar los contornos de la planta. Por higiene o simple estética se determinó que los papelillos de reclamos debían poblar una sola pared. Escogieron la más ancha, la pulieron y la pintaron de blanco virginal y ahí dejaron que el antojo, el desdén o el simple tedio la plagaran de clemencias, pedidos de antídotos, obscenidades y ofertas de clases particulares. Las hornacinas no pueden ser aseadas a menos que el paciente sucumba a alguna operación, lo que no suele ser infrecuente. Esa planta es la única que exhibe dos quirófanos paralelos. En la sala norte se practican operaciones funcionales, cuyo fin es previsiblemente satisfactorio pues se tratan dolencias menores como resfríos y cefalgia. Se trasplantan los órganos comprometidos y luego se publican los resultados en un panel contiguo al muro empapelado. En el quirófano sur se ofician operaciones de mayor riesgo, pero el pudor de los profesionales ha determinado que con los años no se corran venturas atribuibles a la impericia manual y se ha optado por el simulacro de intervenciones que pueden demorar hasta once horas continuas. Los pacientes son ingresados con premura ensayada, se les aplica anestesia general y luego se abre alguna parte escogida al azar por un médico previamente sorteado con monedas circulantes. Una pantalla hincada en lo alto del corredor permite acompañar injertos meticulosos y trasplantes vacíos en medio de un coordinado festejo de herramientas y de conversaciones que planifican y deciden dónde será la reunión del próximo fin de semana. Estas intromisiones suelen acabar en decesos. Los deudos nunca solicitan detalles del proceso ni reclaman los cuerpos que invariablemente colonizan el primer subterráneo del edificio. Los familiares reciben en sus casas un escueto pésame y un par de bonos que canjeables por un viaje al exterior.
Una notificación similar se emite a los familiares de enfermos postrados. Una de las autoridades del hospital ideó un sistema transitivo de dolencias que hasta hoy ocupan salas bien definidas y disgregadas. Cuando un profesional concluye que el mal que asedia a un paciente se agrava, tiene la facultad de transferirlo a un cuarto diferente. Si el profesional que lo acoge verifica un nuevo empeoramiento aplica la misma facultad. Un solo paciente puede deambular hasta un límite normado de cinco salas. Pasada esta linde, el paciente es depositado en la sala once de la novena planta. Es una sala recóndita, de ventanas vedadas y huele a cal. No es posible ingresar sin el auxilio de una linterna. Los focos nunca iluminan los rostros, se detienen en el borde de las camillas donde ojos atentos comprueban en las fichas los nombres de los médicos responsables y luego salen. Dos veces por día entran con camillas urgentes que pueden comportar hasta cuatro cuerpos bien dispuestos. Camino al subterráneo un forense imagina el motivo del óbito y lo alberga en un fichero portátil que al cabo de tres semanas se incinera. Más de un funcionario (lo que ha incitado a pensar que se trata de un relato verídico) ha mencionado que dos o tres veces por semana y en horarios imprecisos los muertos dejan el subterráneo y retornan a la sala once del noveno piso. Comentan que es en vano tratar de hablarles. Agregan que el problema peor es confundirlos con los pacientes que suelen errar por el edificio. Nadie ha querido confirmar estas narraciones. Nadie se ha percatado tampoco de que es fácil distinguir los cadáveres entre la muchedumbre, pues una cicatriz azul y estrecha les difama y gobierna el cuello. Esta simple observación habría evitado, como ya ha ocurrido, que los enfermeros condenen al subterráneo a gente equivocada.
De lejos, el nosocomio se asemeja a una catedral humosa. La niebla es solícita e impide que sus salas oscuras se iluminen durante una buena parte del año; sus techos altos, sus hornacinas perpetuas, sus vendedores de baratijas, sus espectros móviles son presididos por una fachada de escalones bajos y un portón de doble entrada. Por la derecha entran solo los clérigos. Este hábito (que algunos han interpretado como designio de dios) no pasa de una simple coincidencia. Sin conocerse, los sacerdotes acostumbran formar grupos que se reparten faenas como el acoso físico y moral a los pacientes ateos y la corrupción intencional de los métodos contraceptivos. Al fondo del zaguán, publicada por cirios de portes y colores divergentes, se irguió una parroquia que hospeda sin estrechez a unos cuarenta fieles. Por la mañana, las recepcionistas se acodan sobre el largo mesón y discurren sobre las variaciones del clima. Hacia el fin de la tarde completan fichas de las que tarjan los apellidos, pues son unánimes en defender que si todos son hijos de dios las identificaciones no son más que una variante de la vanidad. Los registros y los diagnósticos elucidados en una sala contigua a la parroquia suelen extraviarse a los dos días del ingreso. Los pacientes deben confiar (de ahí la proliferación de las salmodias que anteceden prácticamente a todas las habitaciones) en que la providencia los ayudará a sortear los avatares impuestos por el sistema de suposiciones.
El color blanco central le confiere una imagen aseada, desafiante y conservadora al hospital. Cuando lo irguieron, un generoso bosque de pinos rodeaba la alta colina donde se asienta hasta hoy.
Un amplio patio central rodeado geométricamente por limoneros obliga a pensar que en algún momento de su historia el nosocomio cumplió funciones distintas, tal vez adversas, de las que ahora compagina. En el atrio pueden caber doscientas personas sin tocarse; los doce poyos laterales nunca han sido pintados y todavía pregona resabios de pudorosa publicidad provinciana; los muros que lo cercan elevan galerías verticales de quince ventanas de ángulos consagrados por barrotes inviolables que publican la desesperación de muchas manos anónimas; la baldosa es ajedrezada, tiende al gris y se diría ajena al tiempo a no ser por surcos regulares que al observarlos bien se entiende que los fomentaron pasos rutinarios, mansos y constantes. No hay otra vegetación que las hojas caídas; la parsimonia o el desdén han inventado una costra vegetal de ramas pisoteadas, bichos apelmazados y limones humillados. Una cañería plomiza sube por la arista norte del patio. Hubo un tiempo en que la treparon las hordas que escapaban de las salas de experimentación del segundo piso, en cuyos anchos pasillos aún perturban el paso las muchas y dispersas herramientas arrojadas por las arsenaleras de turno. La luz roja que denunciaba el inicio de las experiencias ha quedado inmovilizada en un perpetuo brillo mortecino. La sala ya no ostenta los cientos de muestras extraídas bajo la promesas siempre incumplidas de libertad; restan, en cambio, todos los folios que transcribieron las disecciones. Algunas páginas se jactan de la seriedad de los emprendimientos e incurren en detalles inoficiosos sobre lo que se entendía por convicción científica, como dejar huir los cuerpos que se arrojaban por las ventanas, caían por la escalera y se apropiaban del atrio en busca de la tubería que no desemboca en calle alguna.
Las paredes del patio han sido sucesivamente pintadas de matices claros. Una de las remociones de la tinta dejó ver que la capa más profunda en algún momento fue roja. El inesperado tono reafirmó la sospecha de que el hospital cumplió otros oficios. La idea prosperó cuando comentaron que el tipo de surcos que domina el pavimento pudo resultar de una punición y no de un ejercicio clínico.
El rojo de la pintura tiende a ennegrecer con los días. Por precaución, se han extraído muestras suficientes para llenar un balde. Expuestas a la luz, la tonalidad se irisa. Al atardecer, cuando el primer viento cobra las hojas apelmazadas, la sensación es de que el rojo bulle, y que emite una frágil huella de incandescencia. De hecho, al tocarla se corre el riesgo de contraer quemaduras de primer grado. Con el tiempo la muestra ha ido disminuyendo. Se ha observado que pasado un mes la pintura se seca por completo, y que entonces se desvanece al mínimo contacto. El bermejo entra en la piel de los curiosos y se deposita para siempre en una sangre fresca y distinta de la que es oriunda.
La sala de espera del hospital carece de sillas, mesones y revisteros. En su lugar hay asientos irregulares con unas cintas diagonales que indican el tipo de enfermedad que padecen los pacientes que aguardan a su alrededor. Una de ellas ostenta un gris azulado sobre el que se han escrito sentencias muy poco convencionales en idiomas divergentes. Algunos denuncian la pésima atención de las enfermeras. Otros lamentan la excesiva distancia social que imponen los médicos. Uno de ellos habla de una larga sesión de hipnosis a que alguien fue sujeto en la primera consulta; la letra es borrosa y parece típica de un zurdo. Parece una acusación, pero el trazo se interrumpe al inicio de la tercera frase. Las dos primeras son ilegibles, algunas letras pueden ser tanto una H como un B, pero esta suposición es lábil y puede incitar sospechas y descréditos gratuitos e innecesarios. Por lo demás, a nadie parece importarle demasiado este riesgo, pues aquella cinta diagonal no ha sido retocada desde su instalación.
La escasez de mesones y de una recepción organizada ha premunido al hospital de un sistema de llamados basados en la suposición. El paciente ingresa al centro y deambula libremente por los pasillos hasta dar con un funcionario que azarosamente le entrega una ficha en blanco en la que debe hacer constar el apellido paterno. La primera de las muchas suposiciones en que se asienta el sistema es que el enfermero conducirá al aquejado al médico pertinente porque no existe diálogo con el paciente. Algunos desavisados han llegado a cursar por días los ramificados corredores de la instalación y hasta han encontrado en el trayecto el paso cansino de los sonámbulos permanentes, un grupo de dolientes terminales (la cifra exacta no se puede determinar, pero es posible aventurar el número quince) que a base de terapias orientales ha logrado conciliar el sueño y la vigilia. Como despertarlos significa su muerte, transitan con una escarapela amarilla visible en uno de los hombros.
La segunda suposición es que los diagnósticos deben ser los idóneos, pues los especialistas respetan la tradición de no interrogar al afectado. Toman la precaución de no transgredir la observancia de silencio mediante la expedición de recetas escritas con caracteres reconocibles y ornamentados. La elaboración de uno de estos documentos puede demorar una hora o más. La tercera y última suposición que debe mascullar el paciente es que el especialista posee una formación académica plausible. Se sabe de al menos cuatro casos de impostores que en un período inferior a tres años han burlado sin grandes óbices el sistema de selección de personal.
Los sonámbulos difícilmente llegan a transitar por el pasillo nueve del cuarto piso. Es un amplio y frío corredor de paredes verdosas, cornisas jaspeadas y cuadros abstractos sin ningún valor. Los veinte asientos laterales no han sido barnizados y su ventana final ofrenda un vitral acuoso y azulado del martirio de Jesús. No hay consenso en cuánto tiempo se lo puede atravesar. Se han propuesto cifras desiguales de treinta, catorce, cinco y hasta cuarenta minutos. Esta irregularidad se ha hecho más visible a medida que el número de pacientes y visitas decrece. Si una persona entra en el corredor saldrá de él sin saber siquiera su nombre. El olvido comienza siendo esporádico y momentáneo, pero hoy en día se ha vuelto vitalicio. Quienes saben del riesgo han llegado a sugerir el paso de enfermos irrecuperables y hasta de gente considerada indeseable. Por algún motivo las autoridades se han negado a cerrar el acceso al corredor y han prohibido la fijación de cualquier tipo de advertencia que delate su peligro.
Al otro lado del pasillo hay una alta repisa de madera bien terminada convenientemente exornada con espejos tallados y dorados. El interior cataloga una nutrida corporación de frascos oscuros cuyos rótulos amarillos poco o nada informan del contenido. En su mayoría son ponzoñas de arañas y ofidios de los sitios aledaños. Hay una serie cuantiosa, aunque repetitiva, de anestésicos de variada calidad y de ácidos dispersos a medio usar. El mueble nunca se cierra. Sus anchas puertas prescinden de manillas y para abrirla se emplea la maña de dar un golpecito en la parte baja del lado izquierdo. No existe vigilancia ni nadie sabe orientar sobre los contenidos. De hecho son pocos los que han solicitado sus frascos inertes o su arsenalería desfasada. Cuando algún médico ha errado en la composición ha sido indultado pues no se concibe que un profesional lleve la culpa por el descuido ajeno. Ha habido protestas episódicas para erradicar el material del gabinete. Gracias a la última querella se promulgó que un estante así favorece, o puede favorecer, la aniquilación involuntaria de personas inocentes. Hubo aplausos y festejos en las dependencias del hospital. Pero al día siguiente y durante los años que siguieron el estante continuó anclado en su frío y denotativo rincón ajedrezado.
Cada piso de la instalación es iluminado de una manera diferente. El octavo, por ejemplo, refleja una luz confusamente amarilla resultado de las innumerables hornacinas católicas que los deudos de pacientes graves han fijado en el curso de las décadas. Por sanción oficial, los cirios que veneran a los santos de la compasión no deben apagarse nunca. Esta medida ha generado malestar entre los visitantes ocasionales, y aun en aquellos que han entendido que el nosocomio es un depositario de inutilidades humanas. Así lo acreditan los recados anónimos que en algún momento llegaron a tapizar los contornos de la planta. Por higiene o simple estética se determinó que los papelillos de reclamos debían poblar una sola pared. Escogieron la más ancha, la pulieron y la pintaron de blanco virginal y ahí dejaron que el antojo, el desdén o el simple tedio la plagaran de clemencias, pedidos de antídotos, obscenidades y ofertas de clases particulares. Las hornacinas no pueden ser aseadas a menos que el paciente sucumba a alguna operación, lo que no suele ser infrecuente. Esa planta es la única que exhibe dos quirófanos paralelos. En la sala norte se practican operaciones funcionales, cuyo fin es previsiblemente satisfactorio pues se tratan dolencias menores como resfríos y cefalgia. Se trasplantan los órganos comprometidos y luego se publican los resultados en un panel contiguo al muro empapelado. En el quirófano sur se ofician operaciones de mayor riesgo, pero el pudor de los profesionales ha determinado que con los años no se corran venturas atribuibles a la impericia manual y se ha optado por el simulacro de intervenciones que pueden demorar hasta once horas continuas. Los pacientes son ingresados con premura ensayada, se les aplica anestesia general y luego se abre alguna parte escogida al azar por un médico previamente sorteado con monedas circulantes. Una pantalla hincada en lo alto del corredor permite acompañar injertos meticulosos y trasplantes vacíos en medio de un coordinado festejo de herramientas y de conversaciones que planifican y deciden dónde será la reunión del próximo fin de semana. Estas intromisiones suelen acabar en decesos. Los deudos nunca solicitan detalles del proceso ni reclaman los cuerpos que invariablemente colonizan el primer subterráneo del edificio. Los familiares reciben en sus casas un escueto pésame y un par de bonos que canjeables por un viaje al exterior.
Una notificación similar se emite a los familiares de enfermos postrados. Una de las autoridades del hospital ideó un sistema transitivo de dolencias que hasta hoy ocupan salas bien definidas y disgregadas. Cuando un profesional concluye que el mal que asedia a un paciente se agrava, tiene la facultad de transferirlo a un cuarto diferente. Si el profesional que lo acoge verifica un nuevo empeoramiento aplica la misma facultad. Un solo paciente puede deambular hasta un límite normado de cinco salas. Pasada esta linde, el paciente es depositado en la sala once de la novena planta. Es una sala recóndita, de ventanas vedadas y huele a cal. No es posible ingresar sin el auxilio de una linterna. Los focos nunca iluminan los rostros, se detienen en el borde de las camillas donde ojos atentos comprueban en las fichas los nombres de los médicos responsables y luego salen. Dos veces por día entran con camillas urgentes que pueden comportar hasta cuatro cuerpos bien dispuestos. Camino al subterráneo un forense imagina el motivo del óbito y lo alberga en un fichero portátil que al cabo de tres semanas se incinera. Más de un funcionario (lo que ha incitado a pensar que se trata de un relato verídico) ha mencionado que dos o tres veces por semana y en horarios imprecisos los muertos dejan el subterráneo y retornan a la sala once del noveno piso. Comentan que es en vano tratar de hablarles. Agregan que el problema peor es confundirlos con los pacientes que suelen errar por el edificio. Nadie ha querido confirmar estas narraciones. Nadie se ha percatado tampoco de que es fácil distinguir los cadáveres entre la muchedumbre, pues una cicatriz azul y estrecha les difama y gobierna el cuello. Esta simple observación habría evitado, como ya ha ocurrido, que los enfermeros condenen al subterráneo a gente equivocada.
De lejos, el nosocomio se asemeja a una catedral humosa. La niebla es solícita e impide que sus salas oscuras se iluminen durante una buena parte del año; sus techos altos, sus hornacinas perpetuas, sus vendedores de baratijas, sus espectros móviles son presididos por una fachada de escalones bajos y un portón de doble entrada. Por la derecha entran solo los clérigos. Este hábito (que algunos han interpretado como designio de dios) no pasa de una simple coincidencia. Sin conocerse, los sacerdotes acostumbran formar grupos que se reparten faenas como el acoso físico y moral a los pacientes ateos y la corrupción intencional de los métodos contraceptivos. Al fondo del zaguán, publicada por cirios de portes y colores divergentes, se irguió una parroquia que hospeda sin estrechez a unos cuarenta fieles. Por la mañana, las recepcionistas se acodan sobre el largo mesón y discurren sobre las variaciones del clima. Hacia el fin de la tarde completan fichas de las que tarjan los apellidos, pues son unánimes en defender que si todos son hijos de dios las identificaciones no son más que una variante de la vanidad. Los registros y los diagnósticos elucidados en una sala contigua a la parroquia suelen extraviarse a los dos días del ingreso. Los pacientes deben confiar (de ahí la proliferación de las salmodias que anteceden prácticamente a todas las habitaciones) en que la providencia los ayudará a sortear los avatares impuestos por el sistema de suposiciones.
El color blanco central le confiere una imagen aseada, desafiante y conservadora al hospital. Cuando lo irguieron, un generoso bosque de pinos rodeaba la alta colina donde se asienta hasta hoy.
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